domingo, 25 de diciembre de 2011

sin cimientos fuertes la estructura es frágil


Les butxaques plenes de sorra molla i el retall del teu somriure cosit al folre de la jaqueta. Què vols que faci, si els brots d'enyor creixen sense que els regui, si s'escolen ànima endins i em tenyeixen els ulls d'un verd grisós que parla més que les paraules. Les postes de sol són massa maques per quedar-se indiferent, es fonen els dies deixant un cel tan rogent que fa mal de veure.

lunes, 12 de diciembre de 2011

viajes fugaces a estrellas diminutas

Té con leche y canela, las cinco de la mañana, no debe faltar mucho para que amanezca. Sólo el insomnio es capaz de acomodarse entre la escarcha metálica de las sábanas. Plutón queda demasiado lejos y demasiado helado como para servir por enésima vez de refugio. Que amaine este frío, por dios. Que vuelvan las noches de sueño y la lluvia, que vuelva la lluvia y el cielo sangre de las tormentas premeditadas.

- Sal a volar, te comerás el mundo.

- ¿Y si me come él a mí? -te pregunté, pero tú ya te habías ido. Seguías allí, tu cuerpo, tu cara, tus manos agarrando sin fuerza las solapas de mi abrigo, sin embargo ya no estabas, tus ojos hablaban por ti y solo me escupían años luz a la cara.

No es hambre lo que tenía, sino sed, sed de mundo y las ansias enfermizas de una libertad que ni siquiera existe como concepto consolidado en mi cajón de ideas, un vacío de límites sin trazar. Que vuelva la lluvia y la belleza negligente del mar revuelto, de los árboles despeinados y del viento sin radar.

viernes, 2 de diciembre de 2011

recuerda: se necesita muy poquito aire para respirar

El frío parece estar pegado a las piedras de las paredes. A saber cuántos años lleva pegado allí, es un frío denso y viejo, un frío de plomo cargado de inviernos, cuántos inviernos y cuántas historias deben haberse escondido tras estas paredes. Estaba apoyada en la balaustrada del segundo piso y acababa de liarme un cigarro que todavía no me había decidido a encender. Me quedé absorta mirando las ramas del inmenso árbol del patio de letras, es tan grande y con tantas hojas que apenas deja entrar la luz débil del sol perezoso de este, nuestro, invierno. Lejos de agobiarme, tanto verde es un pequeño refugio, el único motivo por el que seguían entrándome hebras de oxígeno a los pulmones. El verde y la imagen de tus dedos con esa cadencia tan sutil que tienen de acariciar los cigarros instantes antes de darles fuego. Le di una calada al mío casi sin darme cuenta, miraba hacia abajo sin fijarme en nada, gente cruzando el claustro, los peces en el estanque y los naranjos dormidos. Qué bonito y qué frío es este lugar. Miraba sin mirar. La ansiedad no venía por el examen que tenía en veinte minutos, sino por alguna que otra represalia del subconsciente, pero los entramados que la sostienen son de tal complejidad que ponerse a indagar de dónde vienen y hacia adónde van los hilos es como intentar descifrar los laberintos subterráneos de las hormigas. Pronto se irá, me iba diciendo, pronto se irá, pero sin querer, de tanto dejar divagar las ideas a sus anchas, tiré de alguno de esos hilos malditos y el ovillo de angustia que me comprimía el pecho se revolvió un poco más enredaderas trenzándose tráquea arriba hasta anudarse en la garganta, mala hierba que tiene que arrancarse de raíz, pero dónde narices echará las raíces este existencialismo, en qué remoto rincón del caos nacerán las semillas de este puñado de interrogantes inconformistas que rara vez encajan con la lógica interna de mis respuestas. Y de repente apareció el vértigo otra vez con sus jodidas tentaciones de vacío. El pensamiento enmarañado entre las ramas del árbol y una única imagen en la cabeza, un eco convertido en quiste, salta, salta, ¿y si saltas?, salta, pruébalo, un, dos, tres, ¿no te atreves?, es un empujoncito, un clic, salta, ¿no tienes curiosidad por saber qué pasaría? No lo escuches, oídos sordos, cierra los ojos, pronto se irá, o mejor ábrelos, bien abiertos y que entre el verde. Verde y aire, respira y recuerda: se necesita muy poquito aire para respirar.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

con el desierto de la Nada cosido a los pies

Bordear la pregunta es ceder al peligro. ¿Quién está hablando? ¿Desde dónde? Se diría que desde una boca tan pegada a nuestra piel que el mismo aliento entrecortado ahoga las palabras que pronuncia. Pero también desde lejos, y esa mezcla de lejos y cerca mete droga en la sangre. Ecos que trastornan y excitan, que en vano se procuran ahuyentar, dime más, no oigo bien, ¿quién eres?, ven más cerca. Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite

La profesora de los ojos tan azules que parecen grises nos explicó que los esquimales son capaces de distinguir muchísimas tonalidades de blanco. Me vino a la cabeza Groenlandia, frío y silencio: de repente me vi vestida de esquimal en un desierto blanco-ausencia y sentí el blanco-soledad escarcharse sobre la piel. Si no deja de llover, pensé, pronto podremos hacer un inventario de lluvias.

Hay un momento en que la verdad se vuelve mentira, un instante que distingue el antes del después, lo real y lo soñado. Es un horizonte, una línea imaginaria que intenta establecer departamentos dentro del inmenso cajón de sastre del vivir. Como una especie de compás para trazar límites entre opuestos, entre las distintas existencias y las distintas percepciones de la realidad, de ésta realidad o de aquélla que empieza unos pocos centímetros más allá.

Recuerdo que una vez, de pequeña, me sentí frustrada por no saber distinguir un dolor de cabeza de un mareo. Estaba enferma y mi madre me preguntaba y yo no sabía contestar. No recordaba haberme mareado antes ni que nadie me hubiese explicado en qué consistía la sensación. Con el tiempo aprendí que eran las vueltas que da la cabeza cuando lees en el coche o subes a los barcos. No hace tanto, hasta descubrí que es parecido a eso que llaman vértigo.

Esa frustración, ese no saber etiquetar realidades con palabras, es similar a encontrarse perdido ante la infinita blancura (blanco-vacío) de la Antártida. Y esa llanura de hielo no es más que la finita línia descrita por el compás de los contornos, la delgadez del horizonte ampliada a desierto. Es como estar atrapado en el limbo de la ambigüedad, en aquel espacio de tiempo tan breve que apenas llega a existir, el respiro efímero que se toman las secunderas del reloj entre latido y latido.

Blanco-aséptico, todo es relativo. Al principio parpadeo y siento cierta tranquilidad, como si cesara por un momento el zumbido de las explicaciones, qué más dará si esto es tristeza o soledad, cuánto sosiego ante tanto blanco. Pero de pronto aparece el agujero, el bucle que absorbe la respiración y exige respuestas: ¡define los matices! ¡Define los matices de esta Nada colosal, de este caos desvanecido! Algo por dentro que murmura a todas horas, dime qué sientes, di, no te calles, dímelo. Y entonces las apacibles dunas del silencio se vuelven un pedregoso vericueto de absurdos, blanco-ansiedad, aquí no hay un sólo punto firme donde amarrar la punta del maldito compás. Ni lejos, ni cerca, ni ayer, ni jamás.

lunes, 7 de noviembre de 2011

ráfagas de viento polar

Que no duela tanto el frío en la piel, que deje de clavarse como espinas en los pulmones. Canciones sin letra para adormecer las tristezas que llegan camufladas dentro del viento polar. Tanta poesía acabará deshilachándome las venas, pero qué quieres, joder, si hasta las nubes parece que se han puesto de acuerdo para escribir versos en las azoteas más grises y ariscas de la ciudad. Epifanías de rima asonante que descienden hasta las aceras para engancharse a los zapatos del don nadie de turno que nunca mira por donde va. Menos mal que el hombre del tiempo anuncia tormentas, vendavales que se lleven todos estos cristales rotos y traigan ráfagas de invierno como excusa barata para temblar. Antes de sucumbir a la monomanía sistemática del absurdo, presto mi cuerpo desnudo a la eternidad de la Atlántida. No quiero que tus abrazos sean refugio de cualquier nada, ni que tus manos hagan de tiritas para heridas sin curar. Te respiraré sin más motivos que el deseo. Y me contagiaré de poesía sólo si es para escupir verdades como estrellas. Las mentiras que las arrase también el viento. Que sigan creciendo espirales sin final cada vez que atraviesas el abismo de incerteza y muerdes a besos la nostalgia de mi boca...

domingo, 6 de noviembre de 2011

estrellas fugaces arañando la noche

Los aviones hacen cola para aterrizar. Aparecen en el cielo a tiempo cronometrado, como escupidos de la nada. Estrellas fugaces arañando la noche. Podría pasarme horas mirándolos pasar, agarrándome con los ojos a sus estelas. El mar de fondo y las manos heladas. Si mañana vuelve a llover apretaré los dientes para ser lluvia (como si se pudiese detener el tiempo y habitar el aire de tu silencio). Desde tu ventana no se oyen los aviones ni las olas, pero el otoño se cuela entre las rendijas de la persiana y trepa por nuestra piel hasta llegarnos a las entrañas.

viernes, 28 de octubre de 2011

espejos rotos

Qué alivio la lluvia. Los truenos, el viento, las nubes, el frío. Qué alivio sentir que el cielo respira y que él también llora. No dejo de preguntarme cómo deben de sentirse las tormentas debajo del mar (agua con sed de más agua, peces saciados de tanta sal). Firmaría una tregua con los relojes para que detuviesen su murmullo durante unos días. A cambio, prometería sobrellevar las ansias de hacer maletas y largarme de este lugar. ¿Serán los pasos del miedo este continuo retumbo que me persigue al caminar? Mis ideas reclaman la paz a gritos. Están hartas de influjos ajenos y tristezas impuestas. Quieren salir corriendo y desaparecer, subir a la nave espacial del sueño y dejarse contagiar de ilusiones sin complejos, de serpientes sin veneno y miradas de cristal. Levantarse de la mesa y decir que no, que no van a desempeñar más papeles hueros en el escenario descolorido de esta fantochada. Que llueva y truene y hiele, que sople el viento y se lleve los espejos rotos. Yo me quedaré quieta, mirando al cielo, lluvia en los ojos y hasta en los huesos. Seré un pececito debajo del agua, como esos naranjas del patio de la facultad que esta tarde se comían la tormenta a besos.

lunes, 24 de octubre de 2011

tiembla como un niño frente al mar

Y qué si sólo me salen palabras bonitas, si se me atropellan los latidos en la boca para arroparse en los tenues huecos de tu voz. Dejaré de resistirme a la vorágine del vértigo. Total, el jodido verbo enamorar no cambiará de significado por más que lo intente. Pero no importa, ya sé que faltan palabras en el diccionario para definir el preciso instante en que la lluvia traspasa el suelo, el punto exacto en que el glaciar se funde con la ingravidez del mar.

martes, 18 de octubre de 2011

la cuadratura del círculo

Perdí de vista el momento en que empecé a correr. Pero sé que corrí, corrí mucho y muy rápido y sin parar. Las ganas de gritar en la boca y el vértigo clavado en los ojos. Corrí tanto que se acabó la tierra y de repente ¡ZAS!: vacío bajo los pies. ¿Te acuerdas de volar?

Intento no tener miedo. Y dosificar la tristeza (pegada a las horas que se despeñan en el agujero negro de la memoria), y pararme a respirar, y pensar a cámara lenta y entender por qué narices mi cuerpo ha quedado atrapado en la gravedad de tu boca. Que se me atranca el aire en la garganta cuando me entra el instinto irracional de arrancarte las pecas a conciencia.

Cuando los días se suceden a velocidad de vértigo producen una especie de sinergia que trasciende los límites de la lógica. Por eso, supongo, entender la relación causa-efecto de tenerte delante y sentir estas ganas irrefrenables de saltar a por ti, es la cuadratura de mi círculo particular. Soy incapaz de procesar que estoy volando, que sopla la vehemencia y el suelo está a leguas mil de mis zapatos. ¿Y si me caigo?

Ahí aparece el pánico y me hago pequeñita, una hormiga diminuta esquivando los elefantes de la inseguridad. Y ahí, también, me entra la necesidad de pedirte perdón por quererte abrazar en exceso, por ser una intrusa en tu vida, por no saber cartografiar este espacio sin los puntos cardinales de tu voz.

domingo, 16 de octubre de 2011

pídele a la luna que relama las heridas

Oigo tus gritos desde mi cama. Te oigo aullar, a lo lejos, tu voz rota clamando anestesia. Me ametrallas a porqués con la desesperada incomprensión de un extraterrestre. Los sentidos me estrangulan la razón. Te juro que por momentos me arrancaría las venas y amordazaría el deseo, asediaría las fosas del instinto para evitar un simple rasguño en tu piel. Hacerte daño es una pesadilla enfermiza, sin embargo he sabido hacerlo casi con el arte del mejor sicario de la ciudad. ¿Y ahora qué? Naftalina intravenosa, por favor. Oler tu sangre me recuerda que soy tan débil ante la locura...

Ni raparme la cabeza ha conseguido ahuyentar los sueños esta vez. Los conatos de rebeldía han minado todas mis expectativas de madurez, como cuando a los quince me partía los labios en cada esquina por correr a ciegas contra los muros. La repetitiva historia de Babel. Me rompo a pedazos por dentro. Me desmonto pero soy incapaz de volver a por ti. Me largo con la frustración del romántico que lo tiene todo y no quiere nada. No puedo evitar salir corriendo, saltar al vacío, echar a volar. La sugestión no entiende de justicia, tan solo fluye al compás de los cantos de sirena. Lo siento, reina inca, he caído en la trampa, me he dejado atrapar.

jueves, 6 de octubre de 2011

caminante, son tus huellas el camino y nada más

El día que comprendí que se pueden cazar vidas con los ojos, con miradas lanzadas al aire, con un simple parpadear... aquel día supe lo que era el vértigo.

Basta un soplido para abrir o cerrar una puerta. Un hilo de aire, un mensaje, un guiño. Es un instante, el chasquido decisivo que hará que mañana despiertes en Marte o en Plutón. Una encrucijada sin señalizar que te obliga a decidir hacia dónde ir, a seguir caminando porque el tiempo no se detiene a la espera de nadie; ya lo decía Machado, que caminante no hay camino, se hace camino al andar... Y de tu paso depende que el día sea rojo, amarillo o gris. Lo jodido es que en ese preciso momento el destino es tan volátil que sus ecos resultan sordos ante el estallido del desatino.

¿Sabes de qué te hablo? De tener el azar en las manos y los pies al borde del precipicio. De saber que un suspiro tiene la inercia suficiente para empujarme a caer, que una sonrisa puede abrir de par en par las ventanas del sentir, posarse en tu boca y tentarte a venir. Ven conmigo. ¿No lo oyes? Te llama mi piel. No es mi voz, sino el susurro de algo que serpentea por dentro, los gritos de la sangre reclamándote a bocados.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

engrunes, pluja, tardor

S'escola la tardor per les escletxes de les persianes; encara no he sabut renunciar a la rutina estival de dormir amb les finestres obertes, tot i l'exigència de la pell. Tardor a les parets, als prestatges, entre els llibres, sota el llit. Rememoro els trons que la matinada d'ahir van despertar-me a batzegades, brrrrrum! Amb tant de renou dins la memòria, les gotes de pluja (que aquest vespre cauen amb inèrcia de ploma d'ocell) esdevenen engrunes de tristeses esmicolades, petits vidres d'un mirall trencat. Necessito fulles seques a dolls, marró castanya, taronja occidat, vermell magrana, groc envellit... tempestes de romanticisme que tenyeixin el gris de l'asfalt dels colors de la caducitat, de tot allò que mor per tornar a reviure demà amb més força.

viernes, 9 de septiembre de 2011

la tendresa de les paraules

Recuerdo que el sol quemaba, estaba sola y tenía unas ganas infinitas de lluvia. Se me escapaba el humo del cigarro entre los labios mientras me venía a la cabeza aquella frase que había encontrado removiendo papeles viejos: He perdut el fil d'una pila de vides que em servien d'abraçada, i ara hi ha tardes que sento que em falten capes sobre la pell. Me quedé absorta mirando la ceniza y la taza de café. Pensé que si hubiese bajado del metro un par de paradas antes, me habría sentado a desayunar en la terraza de aquel bar chiquitín, al lado de su trabajo. Podríamos habernos cruzado por la calle; con suerte, hasta podríamos haber coincidido en el bar. La habría abrazado con la mirada y le habría dicho a silencios que m'enamora el seu tarannà (perquè hi ha ulls, i mirades, i somriures i veus i cadències i paraules -la tendresa de les paraules-, que enamoren). Pero estoy aquí, me dije, porque hace tiempo que dejé de jugar a perseguir casualidades. Seguí mirando absorta el hilo de humo del cigarro al consumirse, me quedaba medio dedo de café en la taza y tres o cuatro notícias en el periódico. Creo que fue por aquellos tiempos cuando me enganché a la nostalgia, a la maldita nicotina del echar de menos...

jueves, 8 de septiembre de 2011

una mañana cualquiera de abril, o de marzo, o de junio

La niebla se fumaba el horizonte aquel amanecer de primavera. Salí a recoger algas con los pies descalzos, como de costumbre. El sueño se me despegaba de los ojos a medida que las olas, tímidas, se abrazaban a mis tobillos. Caía lluvia de aquella tan finita, de aquella que apenas se ve. No recuerdo cuánto tardé en ver tu patinete varado en las rocas (un patinente de esos de mar, con pedales y un pequeño tobogán en la popa). Tampoco sé del cierto si la niebla era densa o la lluvia finita, pero ¿sabes?, no importa. Sería una mañana cualquiera, como todas las mañanas de abril, o de marzo, o de junio. Lo especial era que estabas allí, y era tu presencia la que hacía que las nubes se fumasen el cielo y el mar desprendiese morriña. Apareciste así, de repente. Tu cuerpo inerte sobre la arena despertaba tranquilidad, tanta tranquilidad que te acosté en mi cama casi sin despertarte. Y allí dormimos todas las noches hasta hoy. Aterrizaste en Mar de lluvia como quien aterriza en Plutón, y pronto te acostumbraste a la rutina de salir a recoger algas cada amanecer y a este reloj que se salta las horas cuando tiene prisa y cuenta los segundos a cámara lenta cuando siente la necesidad de pararse a respirar.

martes, 19 de julio de 2011

el viejo y el mar

I tornar a servir cafès a la terrassa del bar Antonio, cerveses i sardines a la plaça d'un poblet de pescadors on les hores passen al ritme de les ones, casetes blanques i llumetes de festa major filant estiu entre fanals i moreres.

És com si, d'un temps ençà, l'atzar hagués cartografiat el buit de la inèrcia, com si els instants estiguessin enllaçats amb els imperdibles de la casualitat. Ahir, després de passar mig matí a la llibreria intentant trobar un títol que em cridés l'atenció, vaig desistir per indecisa. Marxava amb les mans buides, fins que de sobte, quan m'acomiadava d'en Jordi, vaig sentir el xiuxiuar d'un llibre que em cridava des del prestatge més alt: el viejo y el mar, mussitava Hemingway, el viejo y el mar. Qui m'anava a dir que era la lectura que ho lligava tot, feina, somni, sentit i pensament, una peça més del trencaclosques de moments, moments d'aquells en què sona la cançó ideal al volum perfecte, en què cau la pluja amb la mateixa intensitat que la tristesa, o pesques un estel amb un lleuger parpellejar.

S'han desplegat les veles, bufa llevant. El vent tria el rumb i la indecisió esdevé supèrflua. Tret de crear mals de panxa, els dubtes i les pors no tenen pes suficient per fer virar el vaixell.

Serveixo musclos a la marinera i tallats curts de cafè, somric mirant el mar. Penso, somio, imagino. Et penso i t'enyoro a 10 minuts d'aquí. Enyoro la vall, la boira ploranera i el verd ufanós dels boscos, verds de totes les tonalitats. Però m'omplo de mar i t'abraço. Trobar-me a faltar és una de les teves formes d'estimar-me, em dius a cau d'orella. Qui m'anava a dir que m'arribaries a conèixer tan bé. Respira i viu, em dic jo per dins, tant se val l'endemà.

jueves, 14 de julio de 2011

diques

Cuando me explicaron que el cardiólogo le había recomendado a papá que aprendiese a vivir el momento y que se aferrase con fuerza a los días no supe qué sentir. Se me hizo diminuto el corazón. Por un instante volví al invierno, me faltaba ropa sobre la piel o cualquier piel ajena que me arropase. Aunque pronto regresé al verano y le puse diques al pensamiento. Salí a tomar algo, a bailar un poco, a hacer un billar. ¿Para qué pensarlo?, me dije, y relegué aquellas palabras asépticas al olvido superficial; por miedo, tal vez, o por esa ridícula manía de hacer ver que todo va bien, que nada va a demoler los esquemas del orden establecido.

Pero no es tan fácil engañar al cuerpo. Ahora padezco de pequeños inviernos repentinos. Ansiedad, según el médico. Me crece la pena por dentro como si fuese una de aquellas plantas que echan raíces hasta en la arena. No quiero pastillas, sólo quiero saberlo llevar. Sin fingir que no ocurre nada, sin ensalzar pesimismos, sin... sin... Sólo con un poco de naturalidad.


miércoles, 13 de julio de 2011

inventario

Desde que hice las paces con mi soledad me levanto por las mañanas mucho más tranquila. He decidido que voy a hacer un inventario de palabras para recuperar el hábito y las ganas de escribir. Por algún sitio hay que empezar a lidiar la batalla con la pereza. Anoche, leyendo a Martín Gaite en su cuento de nunca acabar, me hablaba precisamente del perezoso que se enreda en pretextos y deja pasar las horas con la estúpida excusa de que ya vendrán más, del "ya lo haré mañana". Me sentí tan identificada en sus páginas como siempre, y decidí que tenía que encontrar de una vez por todas el momento de empezar a perderme de nuevo en el inmenso y caótico universo de la palabra. "Lo importante es perder el miedo, y volverse a perder sin miedo".

viernes, 10 de junio de 2011

fils de pluja




Tal vegada hauria de demanar-te perdó, dir-te que ho sento encara que se m'apagui la veu. Si sabessis que tot ve d'aquí, del sentir, de sentir que la música m'entra com fil per les orelles i que el vespre fa olor de nostalgia. Que em moc com una fulla atrapada dins d'un espiral de vent, com aquelles gotes d'aigua que llisquen pel vidre buscant el camí més planer. I que tremolo amb el dringar de la pluja, els dits freds i la pell cada cop més molla. Es lleven els dies grisos i no para mai de ploure. Tampoc la música para de sonar i quan més fils tinc per dins més m'abraça la malenconia. No és tristesa, sinó aquella paraula que fa tants anys que miro d'inventar. Un petit hivern, tarannà de garúa, gust de saudade... Com t'ho diria? És un nocturn de Chopin entre la remor de les ones. Ho hauria de fer, demanar-te perdó. Per no trobar la paraula i no saber explicar-te que no és pas tristesa, ni melangia. Que ho porto dins i a vegades ho necessito, sentir i tremolar, com si el món girés a càmera lenta i jo ballés dins d'una peixera gengant, pioggia che cade, vita che scorre...