viernes, 28 de octubre de 2011

espejos rotos

Qué alivio la lluvia. Los truenos, el viento, las nubes, el frío. Qué alivio sentir que el cielo respira y que él también llora. No dejo de preguntarme cómo deben de sentirse las tormentas debajo del mar (agua con sed de más agua, peces saciados de tanta sal). Firmaría una tregua con los relojes para que detuviesen su murmullo durante unos días. A cambio, prometería sobrellevar las ansias de hacer maletas y largarme de este lugar. ¿Serán los pasos del miedo este continuo retumbo que me persigue al caminar? Mis ideas reclaman la paz a gritos. Están hartas de influjos ajenos y tristezas impuestas. Quieren salir corriendo y desaparecer, subir a la nave espacial del sueño y dejarse contagiar de ilusiones sin complejos, de serpientes sin veneno y miradas de cristal. Levantarse de la mesa y decir que no, que no van a desempeñar más papeles hueros en el escenario descolorido de esta fantochada. Que llueva y truene y hiele, que sople el viento y se lleve los espejos rotos. Yo me quedaré quieta, mirando al cielo, lluvia en los ojos y hasta en los huesos. Seré un pececito debajo del agua, como esos naranjas del patio de la facultad que esta tarde se comían la tormenta a besos.

lunes, 24 de octubre de 2011

tiembla como un niño frente al mar

Y qué si sólo me salen palabras bonitas, si se me atropellan los latidos en la boca para arroparse en los tenues huecos de tu voz. Dejaré de resistirme a la vorágine del vértigo. Total, el jodido verbo enamorar no cambiará de significado por más que lo intente. Pero no importa, ya sé que faltan palabras en el diccionario para definir el preciso instante en que la lluvia traspasa el suelo, el punto exacto en que el glaciar se funde con la ingravidez del mar.

martes, 18 de octubre de 2011

la cuadratura del círculo

Perdí de vista el momento en que empecé a correr. Pero sé que corrí, corrí mucho y muy rápido y sin parar. Las ganas de gritar en la boca y el vértigo clavado en los ojos. Corrí tanto que se acabó la tierra y de repente ¡ZAS!: vacío bajo los pies. ¿Te acuerdas de volar?

Intento no tener miedo. Y dosificar la tristeza (pegada a las horas que se despeñan en el agujero negro de la memoria), y pararme a respirar, y pensar a cámara lenta y entender por qué narices mi cuerpo ha quedado atrapado en la gravedad de tu boca. Que se me atranca el aire en la garganta cuando me entra el instinto irracional de arrancarte las pecas a conciencia.

Cuando los días se suceden a velocidad de vértigo producen una especie de sinergia que trasciende los límites de la lógica. Por eso, supongo, entender la relación causa-efecto de tenerte delante y sentir estas ganas irrefrenables de saltar a por ti, es la cuadratura de mi círculo particular. Soy incapaz de procesar que estoy volando, que sopla la vehemencia y el suelo está a leguas mil de mis zapatos. ¿Y si me caigo?

Ahí aparece el pánico y me hago pequeñita, una hormiga diminuta esquivando los elefantes de la inseguridad. Y ahí, también, me entra la necesidad de pedirte perdón por quererte abrazar en exceso, por ser una intrusa en tu vida, por no saber cartografiar este espacio sin los puntos cardinales de tu voz.

domingo, 16 de octubre de 2011

pídele a la luna que relama las heridas

Oigo tus gritos desde mi cama. Te oigo aullar, a lo lejos, tu voz rota clamando anestesia. Me ametrallas a porqués con la desesperada incomprensión de un extraterrestre. Los sentidos me estrangulan la razón. Te juro que por momentos me arrancaría las venas y amordazaría el deseo, asediaría las fosas del instinto para evitar un simple rasguño en tu piel. Hacerte daño es una pesadilla enfermiza, sin embargo he sabido hacerlo casi con el arte del mejor sicario de la ciudad. ¿Y ahora qué? Naftalina intravenosa, por favor. Oler tu sangre me recuerda que soy tan débil ante la locura...

Ni raparme la cabeza ha conseguido ahuyentar los sueños esta vez. Los conatos de rebeldía han minado todas mis expectativas de madurez, como cuando a los quince me partía los labios en cada esquina por correr a ciegas contra los muros. La repetitiva historia de Babel. Me rompo a pedazos por dentro. Me desmonto pero soy incapaz de volver a por ti. Me largo con la frustración del romántico que lo tiene todo y no quiere nada. No puedo evitar salir corriendo, saltar al vacío, echar a volar. La sugestión no entiende de justicia, tan solo fluye al compás de los cantos de sirena. Lo siento, reina inca, he caído en la trampa, me he dejado atrapar.

jueves, 6 de octubre de 2011

caminante, son tus huellas el camino y nada más

El día que comprendí que se pueden cazar vidas con los ojos, con miradas lanzadas al aire, con un simple parpadear... aquel día supe lo que era el vértigo.

Basta un soplido para abrir o cerrar una puerta. Un hilo de aire, un mensaje, un guiño. Es un instante, el chasquido decisivo que hará que mañana despiertes en Marte o en Plutón. Una encrucijada sin señalizar que te obliga a decidir hacia dónde ir, a seguir caminando porque el tiempo no se detiene a la espera de nadie; ya lo decía Machado, que caminante no hay camino, se hace camino al andar... Y de tu paso depende que el día sea rojo, amarillo o gris. Lo jodido es que en ese preciso momento el destino es tan volátil que sus ecos resultan sordos ante el estallido del desatino.

¿Sabes de qué te hablo? De tener el azar en las manos y los pies al borde del precipicio. De saber que un suspiro tiene la inercia suficiente para empujarme a caer, que una sonrisa puede abrir de par en par las ventanas del sentir, posarse en tu boca y tentarte a venir. Ven conmigo. ¿No lo oyes? Te llama mi piel. No es mi voz, sino el susurro de algo que serpentea por dentro, los gritos de la sangre reclamándote a bocados.