martes, 17 de julio de 2012

cartografías


Llevo días sumergida en las palabras ‒en las palabras de una escritora del siglo pasado, desmenuzándolas letra por letra y volviéndolas a unir con el propósito de entender la sintaxis de su significado lo más acertadamente posible‒, tan sumergida que vuelvo a sentir a cada instante aquel viejo impulso de escribir, de sumergirme en las mías ‒mis palabras; y he de confesar que esto de los guiones es algo prestado y contagioso, qué utilidad la de un simple guión, tanta que podría usarlos constantemente, en exceso… para construir estos raros paréntesis explicativos, podría introducir paréntesis dentro de los paréntesis… la arquitectura de los guiones me recuerda a esas muñecas rusas que esconden en su interior otra muñequita a escala reducida, y dentro de ella, otra más pequeña aún… ¿cómo se llamaban?, tenían un nombre, pero no lo recuerdo‒, sumergirme en mis palabras, decía, para tratar de crear mi propio lenguaje, un alfabeto capaz de representar una realidad particular. Es algo extraño y complejo, que no alcanzo a compre(he)nder, porque lo cierto es que las palabras siempre son ‒y han sido‒ las mismas, pero hace tanto tiempo que no sé usarlas del modo en que logren explicar aquello que quiero definir… Ahora parece que vuelven a conjurarse los astros de la lingüística, parece, eso parece, pero siempre es pronto para cantar victoria con pies de plomo. De momento, me he propuesto escribir a diario en este cuaderno de cartografías ‒cartografiando el vacío me parece un título muy adecuado para este cúmulo de páginas en blanco, un mapa mudo que invita a trazar senderos, a encontrar algún camino para llegar a alguna parte (qué más da adónde)…, una libreta de viajes para un viaje estático, porque aparentemente no iré a ningún lugar espacialmente distinto, pero ¡qué suerte! conservar aún, y a pesar de todo, la esperanza de que se puede llegar tan lejos con los pies clavados en el suelo…‒. Se presenta un verano de reconstrucción, un tiempo en el que el mayor de los deseos ‒a veces ansia‒ es aprender a estar sola, re-encontrar mi espacio y conocerme un poco mejor ‒tengo a menudo la extraña y melancólica sensación de que aquella Sila (o Sofía, o Elena, o simplemente aquel Yo) que conocía, que creía conocer, se quedó atrás, estancada en algún momento inerte del pasado, y ahora me veo como una peonza que gira a ciegas, dando tumbos de esquina a esquina, sin rumbo, sin entender…‒, entender, eso es, entender lo que llevo dentro y algún ápice de realidad, sólo alguno, porque cada vez doy más por inútil e imposible hallar explicaciones para este fenómeno tan absurdo llamado mundo.