lunes, 10 de noviembre de 2014

fusilamiento

(Banksy)

La pena en el pulmón, la rabia en el hígado, los enfados en el estómago. Eso ha dicho la doctora, seguido de un "creu-me, no hi ha res més". Que llore y que grite, me ha mandado como deberes, que vomite toda la mierda que guardo dentro. Siguiendo sus consejos, he convocado a todos mis monstruos. Los pondré en el paredón y cargaré la escopeta que nunca me he atrevido ni siquiera a coger. En fila, de cara a mí. Nada de darle la espalda al enemigo. Los miraré a los ojos y les clavaré un tiro en la frente, entre ceja y ceja. Pero no de lejos, que nunca he sido buena con la puntería. Me acercaré a ellos lentamente, hasta que se me corte la respiración. Uno a uno, les escupiré en la cara la pena, la rabia, el enfado. Les encasquetaré todo el odio que me han prestado y me haré la valiente para reventarles los sesos. No me sentiré mal por ello. Que me den una tregua y me dejen respirar unos meses, joder. Al fin y al cabo, les faltará tiempo para resucitar y volver a pisarme los talones en menos de que cante un gallo. 

lunes, 3 de noviembre de 2014

me permitiré la vida

M'acaronaré la pell quan ningú no ho faci 
i ballaré despullada, si vull, sota la pluja. 
I em permetré el somni, l'enyor, el desig.

I Déu en algun lloc, Sònia Moll 

Ha estallado la tormenta mientras explicaba los pronombres en el aula 111. La lluvia en los cristales, los truenos en la pared –gruñidos de monstruo poco mordedor, casi entrañable: los monstruos de verdad se acercan en silencio, no necesitan hacer ruido para aterrar. He intentado seguir el hilo de lo que decía pero se me iban los ojos tras el ventanal. Cómo explicar que los pronombres relativos desempeñan tres funciones dentro de la oración si está lloviendo a cántaros y tengo las manos llenas de tiza, si apenas sé cómo he llegado hasta aquí y he perdido la cuenta del sueño que acumulan mis ojeras, de las palabras que no escribo, de las penas que no lloro. Qué tendrá que ver una cosa con la otra; como iba diciendo, los relativos hacen de nexo, tienen valor anafórico y además..., además vuelve a retumbar el cielo y mi pensamiento se escapa por la ventana, salta de charco en charco: de verde a rana, a nenúfar, al lago del bosque y de ahí a la casa de los espejos, que me recuerda al mar, a Sila, al té de algas y a los paseos por la playa con el horizonte lleno de niebla. Además, decía, cumplen un papel sintáctico dentro de la subordinada que encabezan. No hay nexo lógico para las ideas, ahora estoy tumbada en el suelo de piedra, boca arriba, el frío en la espalda y la lluvia cayendo sobre mí, un alud de agua que me atrapa a velocidad de vértigo, ballaré despullada, si vull, sota la pluja. I em permetré el somni, i em permetré l'enyor, i el desig, i fins i tot la vida. Me acariciaré la piel con pronombres que sustituyan otra piel, un que, un cual, un donde. Me acariciaré con música mientras no haya nadie –mientras no haya nombre–. Sé que es mejor, por ahora, que no haya nombre sino pronombre. Una música que haga de bálsamo, que mitigue los ahogos. Me acariciaré la piel y me permitiré la vida. Porque estoy tumbada bajo la tormenta pero también estoy aquí, ahora, escribiendo en la pizarra del aula 111. Porque a pesar de todo, la vida, a veces, te guiña el ojo y te concede el placer de que te acaricie la lluvia mientras te manchas las manos y la ropa y hasta la cara con polvo de tiza. Algo así debe de ser el devenir (o Déu, potser, en algun lloc). 

lunes, 6 de octubre de 2014

infinito

He llegado a contar seis aviones haciendo cola para tocar tierra, no recuerdo haber contado nunca tantos a la vez. Dibujan una especie de línea parabólica en el cielo que debe de tender a algo parecido al infinito. Soy incapaz de imaginarme el infinito y me indigna un poco mi incapacidad. Me enfada, porque en vez de infinito mi estúpido pensamiento racional me permite imaginar que coges el cuchillo de cocina y me degollas mientras miro la peli del domingo tarde en el sofá. Querría infinito y no esta imagen enfermiza y absurda que me viene a la cabeza cuando clavo la mirada en la nítida oscuridad de una noche limpia. Podrían ser luciérnagas, estrellas o hasta ojos de gato como los tuyos, pero son aviones que vienen de algún lugar; da igual de dónde, todos hacen la misma cola para aterrizar en el mismo suelo, éste sobre el que imagino que vas a convertirme en cadáver. También yo soñé que mataba y no he sabido con qué cara seguir viviendo. Dicen que no es raro pensar este tipo de cosas, no sé. Por si acaso, procuro no decirlo muy alto para que nadie se asuste. Yo sería la primera en salir corriendo si alguien me confiase sus pensamientos asesinos. Y en ofenderme, quizás, si la persona a la que más quiero me tomase por un sádico criminal. Aterriza uno y aparece otro nuevo en la cola, a saber de qué lugar vendrá. Los miro como terapia: embarco en ellos mis peores pesadillas y sueño que despegan hacia algún agujero negro que se los traga. Semejante bobada me proporciona algo de tranquilidad. Aunque, de veras, preferiría vaciarme de todo el cráneo para que cupiese el infinito.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

anticiclón



será como un anticiclón
la pura realidad que nos atrapa


Han aparecido juntos en el buzón, Lorca desde Madrid y Pessoa desde Lisboa. Las postales son pedacitos de viajes que no he hecho, pero como si. Quizás ellos -Lorca y Pessoa- tengan la convicción suficiente para hacer estallar de una vez la tormenta. Está ahí desde hace días aunque no cae. Cada día a esta hora las nubes negras. Y el desasosiego de esperarla, de saber que está acechando y que de un momento a otro caerá, porque nos han enseñado que así funcionan las cosas. Pero no estalla y da rabia -siempre da rabia aguardar algo que después no sucede-. Por lo menos, suenan sin parar canciones nuevas que me tientan a coger el coche y a conducir lejos. A subir el volumen y acelerar, las ventanas abiertas, el viento, la música, el mar, una de esas carreteras que llevan al faro. Si cierro los ojos todavía puedo volver a recorrer la ciudad de las esquinas y el abandono dentro de ese Golf azul eléctrico con casetes de años ha. Las canciones también quieren viajar y yo las dejo que me tienten. De aquí a Bilbao, de aquí a Oslo, de aquí a Plutón, donde queráis. Sólo sonad -les digo- mientras acelero hacia la tormenta para que reviente el cielo. Si te digo la verdad, la sed de lluvia de hace unos días venía de las ganas de regodearme en la nostalgia, pero después de tanta espera, lo que me apetece ahora es que caiga tan fuerte el chaparrón que el ruido del agua sobre la chapa del coche lo ensordezca todo. Pessoa me mira bajo su sombrero como queriendo decir "qué sabrás tú de chuvas" y le contesto que nada. "Nada", aunque sólo para que no se ofenda, porque bien tiene que saber él que muchos libros también son pedazos de vida que no has vivido, pero como si.  

sábado, 30 de agosto de 2014

comeré cebolla cruda con una copa de vino

Abro la despensa. Arroz no, ni pasta. ¿Ensalada de tomate con atún? El corazón le late lento. En los cinco pasos que van de la despensa al armario de las verduras me he olvidado de lo que busco. Le late lento el corazón. No era berenjena, calabacín tampoco, ni cebolla, aunque ya tengo una en las manos, tal vez me sirva para hacer algo. Los tomates, eso es, pero aquí no están. Da igual, comeré otra cosa, pensándolo mejor, no me apetece otra vez ensalada. Abro la nevera: hay las sobras de la barbacoa de anoche, un tupper diminuto con medio pimiento verde, los macarrones del martes, un trozo de tortilla que se está ganando la inmortalidad. Me balanceo apoyada en la puerta, también hay una botella de vino abierto, olivas. El médico lo dijo con uno de esos nombres que suenan a extraterrestre, que el corazón le late lento y las pulsaciones son muy flojitas (bum... ... ... ... bum), pero ella no tiene ganas de irse. Está muy cansada pero no quiere irse aún, me lo dijo el otro día mientras le preparaba la merienda. Podría calentar la butifarra en el horno, pero ya he cerrado la nevera, no tengo hambre. Me he sentado a fumar en el jardín, las ramas del granado han crecido más que nunca este verano. Debe de ser muy jodido sentir que la vida se te va acabando sin tener ganas de despedirte todavía. Llámalo dramatismo barato, si quieres, pero la muerte es ley universal y tan ridículo es jugar a creernos eternos como estar aquí sentada con una cebolla en las manos, pensando que quizás si la despellejo seré capaz de llorar todos los dolores viejos. Y puede que hasta alguno nuevo. 

martes, 26 de agosto de 2014

Stendhal


Y ahora comprendo que era verdad: en aquella estación comenzaba un viaje. Y lo comprendo ahora que siento que termina; aquí, en este instante, sentada en este bordillo frente al mar, una inmensidad azul que no, no es la misma que la de los demás veranos.

Hay hilos que lo conectan todo. No es fácil saber cuándo empiezan y acaban las cosas. De hecho, es muy posible que todos los orígenes sean inciertos y que ni siquiera existan los finales, que como la energía o aquella canción de Drexler, todo se transforme. Pero ahora que me veo -que me siento- aquí, con los pies colgando en el acantilado, me doy cuenta de que éste es el destino de un viaje que arrancó en el andén de un invierno de hace ya diez años -y cómo asusta esto de poder contar los años a puñados y tener recuerdos conscientes de tanto tiempo atrás-. Por aquel entonces, me creía una niña triste y estaba perdida. Tenía quince o dieciséis y apenas sabía nada de mí, salvo que soñaba con mares lejanos que ahogaban casi tanto como salvaban. 

Fue una tarde en esa estación cuando cayó en mis manos La Reina de las Nieves. El resto de la historia ya la conoces. ¿Que por qué te escribo? Porque aquí y ahora, sentada frente a este horizonte que tiende al infinito, he vuelto a sentirme Sila. Y he vuelto a sentirme igual de perdida que entonces, igual de pequeña, igual de idealista y con las mismas tentaciones de vacío, precisamente porque he llegado hasta los pies del faro que me ha traído hasta el lugar del que no volver. Comprendo, después de todo, que no hace falta ir a Nueva York para haber estado en Nueva York, y me doy cuenta de que cuando llegas, cuando pisas la gran ciudad, o -en su lugar- esta aldea diminuta de las costas gallegas, termina el viaje. Termina, claro, para volver a empezar: mientras dure la vida, sigamos con el cuento

Desde aquí, desde este mar nuevo. Por eso te escribo. Por el olor a salitre pegado a la ropa y la extraña eternidad que entra por los ojos. Por el azul y la calma, ese azul y esa calma que salvan -y tientan- tanto como ahogan. Por haber llegado y ya no saber -no querer- volver. 

viernes, 1 de agosto de 2014

que mata

Mira, dicen las fotografías, así es. Esto es lo que hace la guerra. Y aquello es lo que hace, también. La guerra rasga, desgarra. La guerra rompe, destripa. La guerra abrasa. La guerra desmembra. La guerra arruina

Susan Sontag

Cuando bombardeaban Barcelona, cuenta la abuela, todos los vecinos tenían que correr a esconderse cuerpo a tierra entre las patateras del campo. Desde allí, con el barro pegado a la ropa, las bombas parecían fuegos artificiales. Eran bonitas todas aquellas luces, dice la abuela, y lo dice con la misma naturalidad con la que años atrás desplumaba codornices o limpiaba las sardinas -les hincaba el dedo en la ranura de las branquias y les arrancaba la cabeza de cuajo, luego les hacía un corte con las tijeras en el vientre y les sacaba las tripas sin dejar de hablar: “eran como cometas”, decía-, cometas que caían del cielo sin que se pudiese sospechar que al día siguiente trozos de cuerpos colgarían de los cables de la luz. Porque la guerra mata, destruye, arruina, desgarra. La guerra es muerte y a pesar de ello la creamos, buscamos la maldita puta guerra en nombre de la paz. La buscan todos aquellos que se llenan la boca con palabras estúpidas y biensonantes, todos aquellos que empiezan por creer que son distintos y se merecen más. Claro, somos distintos... pero ¿dónde están los límites? Los demás oímos y asentimos. Creemos. Y hasta sentimos. Nos creemos y nos sentimos mejores y con derecho a más. ¿Y los límites? Pueden parecer fuegos artificiales pero son bombas, metralla que arruina y quema. Que mata. La abuela lo contaba mientras rallaba el tomate para el sofrito. Ahora es ella la que está sentada en el taburete y me mira cocinar. Por la radio, oímos las declaraciones de una diputada israelí proclamando que las madres palestinas deben morir para no seguir pariendo pequeñas serpientes terroristas. Hace un rato, sin embargo, el embajador israelí en Washington aseguraba con un convencimiento absoluto que "Israel merece el Nobel de la Paz". Matar por y para la paz, como si fuese veneno la sangre del que nos empeñamos en que sea nuestro enemigo. ¿Dónde está el límite? En el aire y desde lejos, un proyectil puede ser un cometa. Desde cerca, huele a odio. A podredumbre. A rabia. A asco. A miseria. A manipulación. Y mata. Nos quedamos mirando la una a la otra y me pregunta: "¿hasta qué punto los humanos somos capaces de justificar la guerra?" 

miércoles, 9 de julio de 2014

verde pistacho

...y, sin embargo, no podía gritarle que me salvara. ¿Entonces? Yo sólo sabía que no puede nombrarse lo que no existe. Y nada existía: sólo una certeza resbaladiza como un caracol, un aceite que se escapaba entre los dedos y dejaba manchas.
La buena letra. Rafael Chirbes

Una mano fría me aprieta la garganta y no me deja respirar la vida.
El libro del desasosiego. Fernando Pessoa

Me han despertado las sacudidas del universo. Algo debe de estar pasando para que gruñan con tanta rabia los dioses y no deje de soplar este viento raro. No había luz y me he metido en la ducha a oscuras. Me he mirado la silueta de los pies desnudos y he cerrado los ojos para imaginarme debajo de la tormenta. Llevo días intentando prepararme para cuando vuelvan los cuchillos. Porque volverán, igual que se vuelve siempre al escenario del crimen. El mío, mi crimen particular, es verde. Verde pistacho, como el verde de los armarios de la habitación que dejó de ser refugio para volverse pozo. Creía haberlo olvidado pero es mentira. Para qué gastar más tiempo en engañarse: desde el preciso instante en que sentí el crujir de los huesos, supe que aquella brecha no se podría reparar, que era una herida invisible pero imborrable. Aunque preferí no confesar. Pensé que, quizás, si no puede nombrarse lo que no existe, no nombrar lo que había pasado podía ser una buena estrategia para hacerlo desaparecer. No tuve en cuenta que un secreto es un cadáver. Y que llegaría un día en que me faltarían fuerzas para arrastrar al muerto. Un pedacito de mí se quedó encallado en ese momento. Y ahora, después de los años, empiezo a acordarme del verde pistacho cuando preparo el café. Verde pistacho en el baño, verde pistacho en la cama, verde pistacho en cada rincón de casa. Verde el viento que se agarra a la garganta como esa mano fría que no deja respirar la vida. Supongo que por eso el cuerpo me pide los abrazos de la lluvia y el no-color de la oscuridad.

lunes, 7 de julio de 2014

intemperie



Empieza a clarear por el retrovisor. Enfrente, la carretera y la noche. Acelerar a conciencia para llegar a casa antes de que salga el sol. Suenan -y sueñan- los Pixies también a conciencia, las ventanas abiertas, el viento que no se cansa nunca de rabiar. Qué mejor momento para abrirse el pecho en canal y dejar que chirríen todos los gritos que llevas dentro, ahora que no hay nadie, que nadie te oye; para soltar la manada de Orlandos y que se rompan la voz contra los barrotes de la jaula, contra el ruido del mundo. Eh, dime, ¿quién crees que soy? ¿qué esperas de mí? Todo es muy raro, pero no pares. Acelera un poco más, que así parece que no vaya a terminarse jamás ni la canción ni la noche. Debe de ser esto la intemperie: sentir el viento, la rabia, los gritos, respirar y soñar, el deseo, la lluvia, el tiempo. La soledad, en un instante eterno, conduciendo a la deriva sin nada escrito en los zapatos. 

lunes, 30 de junio de 2014

maldita criatura consentida


Cuando sucedió eso, Orlando exhaló un suspiro de alivio, encendió un cigarrillo, y durante un par de minutos fumó en silencio. Luego llamó indecisa, como si tal vez no estuviera ahí la persona que buscaba: "¿Orlando?". Porque si hay (dicho a voleo) setenta y seis tiempos diferentes latiendo a la vez en la mente, ¿cuántas personas diferentes no habrá, el Cielo nos asista, alojadas en uno u otro tiempo dentro del espíritu humano? Según algunos serían dos mil cincuenta y dos. Así que es lo más corriente del mundo que una persona, en el momento en que está sola, diga: ¿Orlando? (si ése es su nombre), queriendo decir: ¡Venga, venga! Estoy hasta las narices de esta personalidad. Quiero otra.

Orlando. Virginia Woolf



Llamas a Orlando pero no viene. Y durante más de dos minutos fumas en silencio en el balcón. Es de noche, hace viento y lo vuelves a pronunciar entre dientes -Orlando- mientras los setenta y seis tiempos diferentes que laten en la mente reproducen las escenas que sueñas estar viviendo en universos paralelos. En alguno, tu Orlando más desenvuelto está hablando con esa chica de los ojos verdes, contando cualquier anécdota graciosa para hacerla reír. En otro, seguro, el Orlando tímido la habrá llevado a cenar y ahora estará intentando traducir a sonrisas todo lo que no se atreve a decir. Con los ojos achispados, el Orlando indeciso, tras despedirse de ella, anda por la calle a trompicones, preguntándose si debería darse la vuelta y correr a besarle la nuca o volver a casa sin más. El inseguro ni siquiera ha dado el paso de llamarla; está tumbado en la cama mirando el techo, teorizando sobre los principios del placer y del deber, mientras el poeta busca palabras bonitas, el orgulloso espera de brazos cruzados y el más inconsciente de los Orlandos, en algún otro universo, no ha podido resistir la tentación de morderle la yugular. El viento, que no sabes decir si es gregal o levante, se lleva el humo del cigarro que el Orlando que eres en este instante sigue fumando. Pronuncias otra vez tu nombre bajito, exigiendo que acuda a ti otra de tus personalidades, pero son tan consentidas que nunca viene la que quieres cuando la reclamas -¡Orlando!-. Y no puedes evitar enfadarte un poquito con cada una de ellas, porque estás hasta las narices de tanta psicosis y lo que quieres, en el fondo, son menos sueños, menos yoes y más vida.  

miércoles, 11 de junio de 2014

desafíos

Volver a casa con el vino en las venas. Y el mar, cuánto mar y cuanto vino estos días de apatía. Me han explicado hace un rato que hay tres tipos de personas: las que piensan la vida, las que la viven en los demás y las que se lanzan a vivirla. También me han hecho ver que la nada no existe, que siempre hay algo en algún lugar. Ha sido como una sacudida neuronal. Si el vacío es una idea, no sé qué narices hago con los pies clavados al borde del precipicio. Te pediría vértigo a gritos si no estuviese aprendiendo, a base de desencantos, que no hace falta contarlo todo. Si no me faltasen impulsos y me sobrasen miedos. Aunque el miedo, pensándolo mejor, no debería ser un obstáculo, sino un desafío. 

lunes, 28 de abril de 2014

terapia de choque


Esta vez no cambiaré de nombre ni buscaré otros agujeros donde enterrar todas estas palabras huecas. Seré yo y me quedaré aquí, aunque me cueste alguna que otra eternidad podar la zarza de inviernos que me trepa por las venas. Contra los miedos, terapia de choque: he abierto la escalera más alta que tenemos en casa y he subido hasta el último peldaño. En la mano, las tijeras de jardín. He llegado hasta arriba y he vuelto a bajar y no ha pasado nada, ni me he roto la cabeza ni se me ha clavado la cizalla oxidada en la yugular. Luego me he mirado al espejo y ha sido entonces cuando he decidido no escapar. Bueno, en realidad no ha sido una decisión, sino más bien un desafío. El vértigo me miraba desde el otro lado del cristal, riéndose a carcajadas de mis asimetrías mentales, y, en vez de correr, me lo he quedado mirando yo también y he pensado "te vas a joder, conmigo no puedes". Y aquí estoy, sin más, cantando a gritos canciones que jamás hubiese pensado escuchar. Para qué tanta filosofía y tanta premeditación, tantos principios, tanto prozac, para qué, de verdad, si, después de todo, hasta el mejor malabarista acabará perdiendo el control de sus cariocas de fuego.     

martes, 8 de abril de 2014

murciélagos

Intentaba abrir la puerta de casa pero no encontraba las llaves. Y en la oscuridad de la noche han venido a mí todos los fantasmas, los murciélagos viscosos de la pena, de la culpa y del dolor. Los he visto subir desde el fondo de la calle negra, venían deprisa y no he sabido salir corriendo. No sé, me he quedado inmóvil. Tenía miedo pero no podía correr. En vez de eso, he abierto la boca para que me entrase el huracán dentro, como si una fuerza imbatible me obligase a claudicar. Y así, casi sin querer, he vuelto a sentir sobre la piel todas las patadas, todos los morados de aquellos golpes que me cayeron encima aunque no eran míos. No, no eran míos. Llegaron a mi cuerpo por error, porque fui el blanco fácil de una rabia ajena. Y quizás por eso los acepté, porque quise creer que no me pertenecían. Uno detrás de otro -golpe, grito, golpe-, y otra vez las manos en la cabeza, en la oscuridad de la noche, cuerpo a tierra sobre el asfalto helado. Que se fuese a ver el mar, le dije después de todo. Me salió la voz del rincón más remoto de las entrañas y pronuncié mar. Mar. Lo mandé a la playa inconscientemente. Para que se limpiase la conciencia, supongo. Me salió por la boca sin querer: Mar, mar. Y ahora lo vuelvo a decir flojito como un conjuro. Por un momento se calla el batir de alas de los asquerosos murciélagos y siento el murmullo de la palabra recorrerme las venas. Esta vez cierro los labios para retenerla en mí. Que se me quede el salitre en la sangre para restañar las heridas viejas. Me he quedado encogida en el umbral de la puerta, mirando cómo se desvanecían los fantasmas y se calmaba el huracán del recuerdo. No sé si consiste en eso el perdonar. 

domingo, 16 de marzo de 2014

dos, tres, luz

He visto el haz del faro pasar por encima de la cabeza. Dos segundos, tres segundos, cuatro. Y otra vez el destello hundiéndose en la noche. Demasiada noche, demasiado negra, demasiados versos haciendo temblar la noche negra del cuerpo hasta la extenuación. No nos dejaron mapas de la oscuridad, no nos dejaron mapas de nada. Pero ya está ahí, otra vez, después de tres segundos, cuatro, la estela del faro peinando el vacío. Y me vuelan los ojos detrás de la luz como cometas sin rumbo. No sé cuántos universos paralelos debo guardar en las cavernas del pecho para estar tan perdida. La clave, dijeron, son los segundos de oscuridad. Dos, tres, luz. Cuatro, cinco, seis, luz, luz. Me desconcentro al contar con el temblor de los versos. Supongo que no importa, es bonito este momento.   

lunes, 3 de marzo de 2014

saliva

M'he esbandit els ulls d'odi
Montserrat Abelló

Se derrite el chocolate en la boca. Aprieto la lengua contra el paladar para retener el sabor. Todo el odio y toda la rabia se concentran en las mandíbulas, las muelas de arriba contra las de abajo para no escupirle en la cara las crueldades que se me pasan por la cabeza. Le hubiese tirado encima hasta los platos sucios. Los he visto volar por los aires y aterrizar sobre su cuerpo, y detrás de la vajilla venía también la ropa arrugada, las llaves de casa, el piano, los gritos, la... ¡Basta! He frenado la imagen con los puños y los colmillos para evitar el arrepentimiento. ¡Basta, basta! Que la rabia no se convierta en pensamientos. He arañado con los ojos la pared mientras se me apelmazaban las lágrimas detrás de los párpados. No llorar, no decir, no pensar. Clavar las uñas en las palmas de las manos, los dientes en los carrillos y una presa de chocolate en el paladar para cauterizar toda la rabia y todo el odio que no hay que decir, que no sé llorar, que no quiero pensar. Esperar a que se derrita, poco a poco. Y tragar lentamente el líquido espeso y dulce que se mezcla con el regusto a óxido de la sangre. Se irá deshaciendo hasta desaparecer. Unos minutos y no quedará más que saliva. Saliva para fregar los suelos de la conciencia y borrar la culpa de haber pensado, de haber sentido. Nadie sabrá que el precio de evitar hoy la guerra es que mañana cueste un poco más respirar. 

jueves, 13 de febrero de 2014

C'est la vie

"En la vida le pasaba igual, resulta tan empobrecedor -decía- atenerse de forma rígida a lo que se ha elegido, descartando cualquier posibilidad igualmente interesante, y sin embargo hay que contar con ello, nos pasamos la vida decidiendo, por mucho que nos agobie decidir, ésa es nuestra condena, la sed de infinitud chocando contra los barrotes de la jaula, suspiró, c'est la vie. [...] es muy injusto que la vida nos fuerce a tomar opciones excluyentes"
Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite

Hace un día tan bonito que ni me lo creo. Ni siquiera hace frío. He saltado de la cama y al abrir la puerta, casi con los ojos cerrados, me he chocado con un cartel muy grande con letras y globos de colores. Me ha dado la risa y me quedado un rato sentada en el primer peldaño de la escalera. No había nadie en casa y mi carcajada ha recorrido el pasillo de punta a punta. Por un momento se ha calmado el huracán que tengo metido en el estómago. "Sed de infinitud contra los barrotes de la jaula", no había una cita mejor. La he encontrado en la bandeja de entrada del correo. Encima de la mesa de la cocina había dos periódicos y una nota. Qué rara es la vida, pero qué alegría que haya gente que te cuide, aunque sea sólo a ratos. Me he prometido no olvidarme de pedir un deseo cuando sople las velas. No sé cuál todavía, tengo todo el día para pensarlo. Hasta en esto hay que elegir. Ayer me dormí leyendo "mans més petites que la pluja" y pensé que hoy inevitablemente llovería, pero hace sol, un sol gigante que deshace el frío. Y casi ni me lo creo. Quizás sea el día ideal para bajar al mar y hacer volar la cometa.  

jueves, 6 de febrero de 2014

como si nada

Todavía no sé de dónde saqué las fuerzas, después de todo, para levantar la cabeza y hablarle como si nada. Como si no hubiese pasado nada. Era abril pero no fue bonito. O quizás sí, seguro que algo de estético tenían todos aquellos morados floreciendo como primaveras en las entrañas, la rabia convertida en flor carnívora para devorarlo todo. No sé, va pasando el tiempo y hay cosas que no se marchan. Las quieres echar pero están ahí, dentro de ti. Aunque las llores dejan su poso, cicatrices que no se borran ni frotando con lejía. Después de la peli del otro día me quedé pensando si el dolor es una opción, si se puede elegir sentirlo. Es tan abstracto y a la vez tan material... A veces piensas que se ha ido y cuando menos te lo esperas vuelve a por ti, puñales oxidados clavándose en la conciencia. Y por un segundo te quedas inmóvil, sin saber qué hacer, si elegir sentirlo o levantar la cabeza y hacer como si nada. Hablar, caminar, sonreír. Concentrarte en el rojo-sangre que también es rojo-cereza y seguir pa'lante. Como si no hubiese pasado nada. Como si hubiese pasado todo. Al fin y al cabo, volverá a llegar abril y quién sabe si esta vez va a ser bonito.   

miércoles, 5 de febrero de 2014

Qui sembra misèria recull la ràbia.

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"Estoy cabreada", decía aquella mujer que llamó a la radio. Tan cabreada como nos hemos sentido todos después de recibir la carta del Ministerio anunciando que a papá le suben la pensión 75 céntimos. 0'75 € escrito en un folio de 80 gramos con tinta a todo color, hay que joderse. También llegó otro sobre de la Generalitat, notificando que la abuela tiene derecho a cobrar la ayuda por la Ley de Dependencia. Manda cojones, dos años recibiendo la misma carta y sin ver un duro. Se toman la molestia de comunicarlo, eso sí, "tiene derecho a" pero de qué diablos servirá tanto derecho si jamás llega el dinero. "Si no me lo quieren dar, que no me lo den", decía la mujer de la radio. Lo que indigna es esto, esta maldita carta (tinta y papel de primera calidad) cuyos gastos de envío ya sobrepasan los míseros 75 céntimos que, haciendo un gran esfuerzo, te regalan. Te conceden los derechos y al mismo tiempo te los niegan. Con toda su pachorra y una dosis extra de sarcasmo metida dentro de un sobre. Ya ni hablemos de la nueva Ley de Protección de la Vida del Concebido ni de la Ley de Seguridad Ciudadana. Dime si no entran ganas de partirles la cara, de salir a la calle y reventarlo todo.  Pero no lo digas muy alto, mantén las formas; que, encima, si les tocas el orgullo, hasta el segurata del Mercadona podrá detenerte con cualquier pretexto inventado en la puerta del súper. Ese súper, ese maldito supermercado donde has estado invirtiendo los últimos años, ignorando que el señor Juan Roig dedicaba sus beneficios a alimentar la caja B del Partido Popular. Así que sí, para más sorna, todos hemos contribuido a que esta panda de capullos llegue hasta aquí. Que no llueve, que no. Que se nos mean. No sabe cómo la entiendo, señora. Yo también estoy cabreada. Y "cabreo" es una forma sutil de definir tanta rabia. RABIA. RABIA. RABIA.  

martes, 28 de enero de 2014

qué mejor refugio que la cocina


Una hormiga recorre el borde de la pantalla, sube hasta la esquina izquierda, sigue en línea recta hacia la de la derecha y baja hasta el otro extremo. La miro mientras escribo. Cuando llega a la punta, da la vuelta y hace el recorrido al revés. Lleva rato encallada en el mismo camino. Igual que la canción que suena una vez detrás de otra al volumen suficiente para no oír el viento. Parecía imposible, pero hoy todavía sopla más fuerte que ayer. Me he encerrado en la cocina con la estufa, la olla del caldo y la música. Dejaré que hiervan un rato los huesos antes de añadir las verduras qué feas son y qué mal pelar tienen las chirivías. Se reflejan en la puerta del microondas las ramas de los árboles, aparecen por todas partes aunque no las quiera ver. Si me preguntas por el dolor de cabeza no se me ocurrirá confesarte que es del miedo que me da el viento. Antes te diré que es del vino que de haberme pasado la noche con los ojos abiertos y los dedos cruzados, deseando que amainase el vendaval; no vaya a ser que descubras otra más de mis debilidades. He perdido de vista la hormiga y el olor a butano se me ha pegado al jersey de lana. Acabo de encender un cigarro sin pensar en que la más mínima chispa bastaría para provocar una explosión. ¿Te imaginas? Como aquel día en que se incendió la bombona y nos dimos todos por muertos. Espumo el caldo con paciencia, no tengo ganas de pensar en nada menos banal. Creo que no saldré en todo el día de la cocina. Nada mejor que la estufa y el fuego para combatir enero. 

lunes, 27 de enero de 2014

cosas pequeñas

Olvidar los grandes propósitos, son importantes las cosas pequeñas. Las gafas, los zapatos, el mechero. Una canción que tenga el poder de sonar en bucle y acorralar todas las sensaciones que no merece la pena sentir –para qué diablos existirán la culpa y el arrepentimiento–. Hierve el agua a fuego lento y echo una rama de canela y tres gotas de limón, remedios caseros para recuperar la fuerza perdida. Las lecciones de la vida no siempre son fáciles de digerir. Tampoco es fácil, un domingo, decidir si abandonarme a la desidia o a este impulso repentino de quererte. Los viernes es más tentador el vértigo, pero los domingos tienen un imán para la nostalgia. Aunque ya casi es lunes y aún tengo restos de tierra en las manos de haber plantado flores esta mañana. Son importantes las cosas pequeñas –las margaritas, los claveles, la hiedra–. El domingo no es un día para el glamour. Voy a tirarme en el sofá a ver otro capítulo de esa serie que me tiene tan enganchada y a seguir enamorándome con devoción de quinceañera de la mujer de las gafas negras. 

lunes, 20 de enero de 2014

guía de supervivencia

Morir. Lo pronunciaba sin miedo, como quien dice comer o saltar, pero era morir, con todas sus letras. Lo dejaba caer tan tranquila, mientras mojaba la ensaimada en el café o hacíamos cola en la pescadería para que nos limpiasen los boquerones. “Ahora, cuando me muera, no te olvides de que quedan más ricos si los rebozas con maicena que con harina normal”. Lo decía de tal manera que por un momento me hacía dudar si era más trascendente el boquerón que su existencia. Cuando asimilaba lo que acababa de oír me flojeaban las rodillas y tenía que buscar amarres para mantenerme derecha. A ella no le temblaba la voz. Morir, sin más. Dejar de existir. “Y me quemáis, que no quiero que nadie tenga que venir al cementerio por pena.” Quería desaparecer, y yo me lo repetía por dentro para acostumbrarme –morir–, para que no doliese como un disparo cuando salía de su boca –morir, morir, morir–. Pero morir es una palabra densa, un verbo de acero cargado con la metralla de la incomprensión. Nos han enseñado a que duela y a que pese y a que asuste, pero a ella no le intimidaba, “pronto me iré”, decía, y me iba enseñando a planchar las mangas de la camisa, a escoger alcachofas tiernas, a desatascar el váter con salfumán. 

martes, 7 de enero de 2014

vaho

"Pies para qué los quiero
si tengo alas pa' volar."
Frida Kahlo, Diario

Las raíces del tiempo resquebrajan la pared. Grietas, ramas, rayos, venas. Leer a Frida es que duelan las venas y crezcan las alas. Se me nublan las gafas con el vaho del té y mientras se desempañan los cristales pienso en lo horrible que estoy con estas pintas de domingo sin ganas. K siempre decía que quería enamorarse al bajar a comprar el pan en bata, con ojeras y legañas. Seguro que sería el preludio de algo bonito, como también lo sería que volviese la lluvia que te arrimaba a mí bajo las cornisas. Pero este año los magos de Oriente han decidido proveerme de paraguas a prueba de viento. Supongo que algo debe de estar cambiando ahora que ya me da igual tomarme los cafés en vaso que en taza y estoy aprendiendo a masticar con parsimonia de dromedario la paja mojada de la desidia. Me miro las manos a través de los cristales ya despejados: si son pequeñas para tocar a Bethoveen quizás tampoco me sirvan para ir por la vida a tientas. Qué horror. Podrían crecerme los dedos como ramas –raíces, alambres, alas–, hilos de madera seca que palpen el vacío. Me acerco la taza a la boca y vuelve la niebla. Será verdad que algo está cambiando si estamos en invierno y me he quitado las corazas, si hace un rato han venido a rendirme cuentas todos los Nadies que vestí de ti y me han pillado en bragas, así de fea, leyendo a Frida y memorizando las grietas de estas paredes que cada vez son menos refugio, menos casa, menos mías.