martes, 31 de diciembre de 2013

chinchín

Volveré a salir corriendo de casa para perseguir el último sol del año. Abriré los ojos y la boca y los brazos y las piernas, me abriré entera para que entre la luz hasta el fondo. Luego iré a tomarme el último café en cualquier terraza con estufas, el humo del tabaco se mezclará con el vaho helado que me saldrá por la boca y hundiré la cabeza dentro de la bufanda para respirar. Apartaré el cenicero y la taza y extenderé sobre la mesa el mapa mudo de este nuevo tiempo que empieza. Lo miraré hasta que se me acaben los cigarros y me quede sin café. Mapa mudo el de mi cuerpo, mapa mudo el de mi vida, mapa infinito por descubrir. Me miraré al espejo y pronunciaré mi nombre. Y volveré a poner la brújula sobre la mano abierta y seguiré sin saber hacia dónde ir, pero no importa. No importa porque esta noche, cuando suenen las campanas, brindaré con toda mi ilusión por un único deseo: que nada ni nadie nos quite las ganas de reír. ¡Chinchín!

sábado, 28 de diciembre de 2013

té rojo

He corrido como una idiota para no perderme el atardecer. Estaba fregando los platos y de repente, al mirar por la ventana, he sentido la necesidad suprema de bajar a la playa a cargar las retinas de luz. Cuando he llegado el sol ya no estaba, pero el cielo tenía color de té rojo y el mar seguía tan despeinado como yo. Me he acordado de la conversación de la otra noche, cuando me decías –con la enésima copa de vino– que somos viscerales y que nos queremos a gritos. Y los gritos y el querer me han traído a la memoria todas las cosas rojas de estos últimos tiempos –las venas deshilachadas, los labios hipnóticos, la hoguera, el miedo, la rabia, el vino, los frenos, la risa–. Me huelen las manos a Mistol, me he dejado la chaqueta en casa y no sé plegar los paraguas. Som viscerals però ens estimem, me decías entre turrones, y también hablábamos de la inexistencia de las razas y de la obertura de las Valquirias y del instinto de supervivencia de la langosta que nos comeremos mañana con el arroz. Arreglábamos el mundo y aprendíamos a querernos con nuestras torpezas de Bridget Jones y nuestras espinas de erizo –con todo y a pesar de todo–. Me he quedado mucho rato pensando y se ha hecho oscuro sin darme cuenta, estaba tan concentrada en la luz que ni siquiera me he dado cuenta del frío. Oigo el castañetear de los dientes y me quedo mirando la lumbre del cigarro a punto de consumirse. Este 2013 ha sido un año muy rojo. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

i quedar lliure de tot

«(...) I penso entrar en la nit i quedar lliure 
de la nit. I penso entrar en la por i quedar lliure 
de la por. Entrar en tu i quedar lliure de tu. Faig 
veure que entenc el que no entenc i que desitjo 
el que en realitat no desitjo. Massa nit, 
massa por, massa tu. I quedar lliure de tot.»

Gemma Gorga, "Entrar en la nit" (El desordre de les mans)

Ha empezado a llover a media mañana. Ahora se acaban de encender las farolas y se me está mojando la libreta con las gotas que traspasan el toldo de la terraza. Me he quedado en stand-by intentando distinguir el ruido de las que caen sobre el asfalto y las que se deslizan sobre este paraguas gigante, se mezcla la lluvia con la canción que suena de fondo y se hace tan ingrávido todo que por un momento no tengo claro si existo. He enganchado en la solapa de la chaqueta el pin que me han regalado los niños: estimar no fa mal, como tampoco tendría que doler pensar o elegir o soñar, pero qué difícil es explicar que a veces la vida se empeña en correr por las venas con densidad de mercurio. Hay días en que uno se siente más imbécil de lo normal; y aun así hay que salir a la calle e ir a trabajar, y coger el tren y tomar el café en el bar y contestar a los qué tal de turno con un bien rancio y cortés que no dé lugar a sospechas. Vestirse de normalidad y hacer ver que la lluvia no traspasa la piel, abrocharse el abrigo hasta arriba, enredarse la bufanda en el cuello y guardar la inseguridad en el bolso, entre las mil y una cosas inútiles que se llevan siempre encima me olvidaré la cartera pero tendré un cascabel, me dejaré las llaves en todas partes pero no me faltará jamás el tapón suelto de un boli, la chapa de la cerveza que nos tomamos en Formentera. Se me encoge la letra mientras voy escribiendo y no para de llover. Si no se hubiese estropeado la letra "p" del teclado del móvil, te habría mandado un Plou lleno de ilusión. Meto la mano en el bolso y encuentro mi piedra, la agarro, fuerte, y le doy el último trago al café intentando convencerme de que no soy tan imbécil. Para disimular la torpeza he pensado que será mejor no abrir el paraguas y entrar en la lluvia. Entrar en el vértigo. Entrar en la vida. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

estrategias de fuga

Cuando he abierto la ventana y he visto que habían cortado las ramas del granado he sentido como si me hubiesen podado también las venas. Me he puesto delante del espejo y no he sabido con qué ojos mirarme. Ojalá estuviese aquí aquella profesora de arquitectura que me quitaba el bloc de las manos para corregir las líneas torcidas. Ojalá apareciese por detrás con sus ganas de enseñar y dibujase un punto que rompiese el blanco del papel, una diminuta mancha de carboncillo que sirviese de amarre para empezar a trazar estrategias de fuga. Cualquier impulso que deshaga la apatía y acabe con el desdén. Es martes y podría ser miércoles si arrancase esta página de la agenda. También podrían ser las siete si borrase algunos números del reloj, y hasta podrías estar aquí si me arriesgase a decirte ven, si llenase las dos columnas de esta lista para saber qué quiero. Me miro sin verme y pienso que tendré que elegir una chaqueta nueva, un peinado nuevo, unos ojos, una casa, un destino, un sueño. Tendré que elegir si echar a correr o plantar raíces en este suelo, si sentarme en las terrazas a pesar del invierno o mejor buscar estufas que apaguen el miedo. Pero necesito impulso para empezar a moverme, un pequeño empujón, algo que me ayude a decidir entre quemar las ganas o descifrar el deseo. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

soñar, sonar, sanar

«Apreté la tecla donde estaba escrita la palabra “amargo” –yo siempre tomo el café con azúcar, pero a ratos una palabra nos salva con su rotundidad, en su R rugiente delegamos la rabia, a través de su O conjuramos las bocas de aquellos pozos en donde pudimos haber caído.»

Belén Gopegui, La escala de los mapas

Durante mucho tiempo coincidí con una mujer en el autobús que se pensaba que yo tenía una extraña intuición porque sabía el momento exacto en que el L94 iba a girar la esquina. El día que le confesé que en realidad no era intuición, sino que veía venir el bus en el reflejo del escaparate de la tienda de enfrente, me dijo que se le había roto un poco la magia y que, desde entonces, ya no me vería como alguien especial sino simplemente como una persona observadora. Un mago no puede desvelar sus trucos, susurró para despedirse. Y en efecto, tenía razón: revelar los secretos es aniquilar el misterio, deshilachar los alambres invisibles de la fascinación. Sueña –quería escribir “suena” pero me ha salido sin querer “sueña” y he pensado que no está tan mal soñar está canción que se cuela hacia adentro por todas las rendijas del cuerpo excepto por los oídos– la misma música de siempre y sigo siendo torpe para bailar, aunque la desidia de estos días sea resbaladiza y mis pies no sepan qué baldosas pisar para ir avanzando. He puesto la brújula sobre la mano abierta y no me ha señalado ningún refugio. Han vuelto las horas de mar y los cigarros de más, una calada detrás de otra mientras la vida trata de hacerme entender que va llegando la hora de que me exponga a la intemperie. Que salga a vivir al raso y deje de hacer el imbécil buscando guaridas en las tildes de las eñes de este verbo tan parecido a sonar. Mirar, morar. Como ve, una simple vocal puede trastocar la vida de un hombre. Doy vueltas al contorno de la O como un funambulista. Qué fácil es aguantar el equilibrio con Coldplay de fondo encendiendo cometas –que no hay que llegar a tocar, para que se mantenga intacto el misterio

martes, 10 de diciembre de 2013

canino

«Decir esto –pero, sobre todo, escribirlo– me proporciona algún grado de angustia, porque es aceptar que yo no pertenezco a nadie, a nada y que nada me pertenece, excepto el reloj y la butaca. (...) Esto debe de ser la soledad, de la que tanto hemos hablado y leído sin llegar a intuir siquiera cuáles eran sus dimensiones morales. Bueno, pues la soledad era esto: encontrarte de súbito en el mundo como si acabaras de llegar de otro planeta del que no sabes por qué has sido expulsada.»

Juan José Millás, La soledad era esto


La única solución para no ver algo cuando no se puede desviar la mirada de ese punto fijo es cerrar los ojos. Apretar fuerte los párpados y aguardar en la oscuridad. De niña siempre me pregunté cuál era el color de la ceguera, porque estaba segura de que tenía que tener algún color. Me imaginaba el vacío –la nada– como una sábana inmensa pero me faltaba saber de qué color pintarla. Me dijeron que era negro. Negro el universo, negro el vacío, negra la nada. Y yo pensé que si algún día me quedaba sin vista teñiría mi ceguedad de azul marino. Pero ahora cierro los ojos para no ver lo inmirable y la oscuridad es tan intensa que circula por las venas absorbiendo cualquier destello de luz. Y me muerdo el puño para no hablar, para no gritar a los cuatro vientos las palabras prohibidas que nos ahogan a todos: tabúes y mentiras que quieren salir del cuerpo pero no los dejo, tanto miedo y tanta asfixia pasando de los colmillos otra vez a la piel, a los huesos de los dedos que se quedan marcados con la huella de los dientes. Pronto desaparecerá la marca pero volverá a estar dentro lo indecible y lo inmirable y lo imborrable: anorexia-amputación-psiquiatra-sangre-pena-histeria-silencio. Silencio negro y los labios y los ojos y los puños como ostras para que no se escape nada. Que no salga nada de mí para que no se rompan las paredes de cristal de bohemia. Debe de ser esto la soledad: aceptar que no pertenezco a nada y que nada me pertenece, excepto la oscuridad de mis ojos cerrados y las estalactitas de mi invierno interior. 

martes, 3 de diciembre de 2013

collage


Hacía mucho frío cuando ha sonado el despertador y me he quedado un rato más de la cuenta debajo del edredón. Cuando he bajado a la cocina, la abuela ya me estaba esperando sentada en la mesa para desayunar. He preparado una cafetera y hemos comido pan con aceite escuchando la radio (Gallardón hablando sobre el aborto de buena mañana da para muchas horas de mal humor). Últimamente pienso demasiado a menudo en el día que deje de existir todo esto y se me entorpece la respiración. He dejado caer tres gotitas de Rescue bajo la lengua antes de salir a la calle. Se me clava el frío en las mejillas y no quiero decidir hacia dónde ir. Solo me apetece tomarme el segundo café del día mirando el mar, y el tercero con alguien que sepa entender, con solo mirarme, todo lo que no tengo ganas de explicar. Pero me conformaré leyendo el periódico y escuchando canciones que inyecten vida en las venas. Recorto con impulsos nerviosos las sonrisas de estos últimos días y las guardo en cualquier lugar, en el cajón de las bragas, entre las páginas de los libros, dentro de los zapatos. Alegría caótica desparramada por todas partes. Quizás sirvan para algún collage, aunque ya va siendo hora de que entienda que, por mucho empeño que ponga, las ilusiones ajenas no las puedo reanimar.