lunes, 6 de octubre de 2014

infinito

He llegado a contar seis aviones haciendo cola para tocar tierra, no recuerdo haber contado nunca tantos a la vez. Dibujan una especie de línea parabólica en el cielo que debe de tender a algo parecido al infinito. Soy incapaz de imaginarme el infinito y me indigna un poco mi incapacidad. Me enfada, porque en vez de infinito mi estúpido pensamiento racional me permite imaginar que coges el cuchillo de cocina y me degollas mientras miro la peli del domingo tarde en el sofá. Querría infinito y no esta imagen enfermiza y absurda que me viene a la cabeza cuando clavo la mirada en la nítida oscuridad de una noche limpia. Podrían ser luciérnagas, estrellas o hasta ojos de gato como los tuyos, pero son aviones que vienen de algún lugar; da igual de dónde, todos hacen la misma cola para aterrizar en el mismo suelo, éste sobre el que imagino que vas a convertirme en cadáver. También yo soñé que mataba y no he sabido con qué cara seguir viviendo. Dicen que no es raro pensar este tipo de cosas, no sé. Por si acaso, procuro no decirlo muy alto para que nadie se asuste. Yo sería la primera en salir corriendo si alguien me confiase sus pensamientos asesinos. Y en ofenderme, quizás, si la persona a la que más quiero me tomase por un sádico criminal. Aterriza uno y aparece otro nuevo en la cola, a saber de qué lugar vendrá. Los miro como terapia: embarco en ellos mis peores pesadillas y sueño que despegan hacia algún agujero negro que se los traga. Semejante bobada me proporciona algo de tranquilidad. Aunque, de veras, preferiría vaciarme de todo el cráneo para que cupiese el infinito.