martes, 28 de agosto de 2012

fogueres


Com si avui fos Sant Joan... Llenço a la foguera la por i cremo també les paraules ennuegades, el silenci estrident on resta amagat tot allò que mai ens hem sabut dir. La ràbia de la impotència. Les cèl·lules negres del càncer que es van menjar la vida de qui menys esperàvem perdre. Cremo el bisturí que va deixant cicatrius eternes a l’ànima, els guants de làtex que impulsen el cor del pare perquè torni a bategar. El darrer comiat, per si de cas, abans d’agafar el cotxe camí de l’hospital. Els forats plens d’oblit i l’olor asèptica de l’espera.  
Creixen les flames amb el combustible de les mentides, de les veritats que s’amaguen sota el plàstic opac de la sinceritat. Cremo el dolor, la pena i el desfici. Els hiverns invisibles de les ferides mal curades i el pou negre que estira els braços de la niña lunática foscor avall, entenebrint mirades i complicitats. La soledat. El dia que vaig fugir de tu, i aquell altre en què van marxar de mi, el buit, la veu esguerrada, el suplici, el hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro. La pols i el fang, aquell deixa’m deixar-te i les llàgrimes que mai he sabut plorar. Els cops irracionals, i el seu record, que van causar més blaus morals que físics. Cremo les represàlies i les histèries ‒no cridis tant que els vidres es trenquen‒, la bogeria que brolla pels ulls i fa estralls a la consciència. El vertigen desproporcionat als ganivets. Cremo tanta sang i tanta por que em mulla les parpelles del malson les nits d'insomni.

miércoles, 22 de agosto de 2012

la ruta de las hormigas


Duermo pegada a la pared, buscando el frío de los ladrillos. Es tan cálido el aire que cuesta horrores deshacerse de las pequeñas asfixias que me invaden a ratos. Recuerdo que el verano pasado lo viví con una losa de piedra en el pecho que no me dejaba respirar. No era el calor entonces, si no las angustias del día a día ancladas a fondo; no había manera de aligerar el peso, era tan denso el desasosiego que ni siquiera se disolvía sirviendo sardinas en la plaza de aquel pueblo de ensueño. Por suerte, creo que este año los ahogos solo vienen de la sauna ambiental y de las ansias inmensurables de lluvia. Menos mal que hoy sopla el viento ‒aunque tropical‒ y hace batir las ventanas, abiertas de par en par. Por si acaso (siempre aparecen anclas-angustia en los momentos más inesperados), he vuelto a recuperar las escapadas a la habitación del piano. Se me pega el polvo en los dedos cuado pongo las manos sobre el teclado, siempre se convierte en demasiado el tiempo relegado al abandono de Chopin y tantos otros…

Esta tarde volaban todas las partituras y salían hormigas de entre las teclas ‒es una invasión, están por toda la casa‒, salían de la rendija del fa sostenido y el sol, qué locura. Intentaba tantear algo de Nyman cuando han empezado a corretearme por las manos. Viendo la hilera de puntitos negros me ha venido a la cabeza el cuento que nos explicó Laura la otra noche. Hablaba de una mujer que, por no saber llorar, se le devinieron en mar todas las lágrimas almacenadas en su interior a lo largo de los años. Y tan inmenso se le hizo que hasta un pececito nació en sus profundidades… ¿Te imaginas? ¡Un pez! La mujer lo sentía moverse por dentro, notaba cómo se desplazaba de arriba abajo y reseguía con los dedos su piel para acariciarlo. La historia tenía un final muy triste pero me fascinó. He seguido tocando, pero de repente, al ver las hormigas treparme los brazos, me he sentido un poco pez. Sé ‒tantas veces me han dicho‒ que cargo con demasiadas penas ajenas, con multitud de tristezas transmitidas a golpe de cañón, pólvora que no es mía pero que ennegrece igual los pulmones. Quizás venga de ahí ese eterno deseo ‒insaciable‒ de lluvia, de mar, de agua que traspase la piel. ¿Cuál es la fórmula para desprenderse del dolor de los demás?... para que no se me contagien ansiedades tan fácilmente ni aparezcan por todas partes anclas-asfixia, como plagas de hormigas.

viernes, 17 de agosto de 2012

versión original

Durante algo más de dos años estuve escribiendo versiones de una misma carta que no me atrevía nunca a mandar. Tenía la dirección anotada en un papelito, con letra ajena, Calle Tarragona, el número no lo recuerdo. Cada vez que me pongo a ordenar papeles encuentro alguna de aquellas versiones que jamás envié, sobres cerrados con el sello pegado y el remitente escrito en pequeño –tanta timidez que se esconde tras los detalles...–. Recuerdo que gastaba en vano minutos y minutos para tratar de escoger tinta azul o tinta negra, y ya ves, luego se quedaban todas las palabras encerradas en los cajones. Sólo una vez me decidí a echar una de las cartas en el buzón amarillo de correos, qué hatajo de nervios amarrados a la ilusión... Con el tiempo supe que nunca llegó a su destino. Eran papeles llenos de eso, de ilusión y timidez, de ternura nostálgica, de ese amor extraño que –más tarde he descubierto que– me despiertan ciertas personas, personas a las que abrazaría fuerte contra el pecho durante largos instantes –que se paren los relojes para sentir el latir de la vida surcando la piel–, pero siempre he sido tan escabrosa para estas cosas... La chica pelirroja a la que le escribí tantas veces la misma carta fue quien me descubrió este sentimiento que aún no sé etiquetar, ese abraça’m i queda’t aquí, a prop, compartint bocins de vida i unes quantes cerveses plenes de somriures, que m’inspires ganes d’estimar, d’estimar la vida, sense més, explica’m com estàs i cuidem-nos amb tendresa, que no queda tan lluny la felicitat i fins i tot sembla que m’enamoro d'instants i del món... Es algo extraño que te llena por dentro, una chispa especial que desprenden aquellas personas que brillan como faros en la noche, cada uno con su particular cadencia de luz intercalada a los segundos de oscuridad, pero siempre ahí, inamovibles, alumbrando la vida, arropando el mar.