martes, 31 de diciembre de 2013

chinchín

Volveré a salir corriendo de casa para perseguir el último sol del año. Abriré los ojos y la boca y los brazos y las piernas, me abriré entera para que entre la luz hasta el fondo. Luego iré a tomarme el último café en cualquier terraza con estufas, el humo del tabaco se mezclará con el vaho helado que me saldrá por la boca y hundiré la cabeza dentro de la bufanda para respirar. Apartaré el cenicero y la taza y extenderé sobre la mesa el mapa mudo de este nuevo tiempo que empieza. Lo miraré hasta que se me acaben los cigarros y me quede sin café. Mapa mudo el de mi cuerpo, mapa mudo el de mi vida, mapa infinito por descubrir. Me miraré al espejo y pronunciaré mi nombre. Y volveré a poner la brújula sobre la mano abierta y seguiré sin saber hacia dónde ir, pero no importa. No importa porque esta noche, cuando suenen las campanas, brindaré con toda mi ilusión por un único deseo: que nada ni nadie nos quite las ganas de reír. ¡Chinchín!

sábado, 28 de diciembre de 2013

té rojo

He corrido como una idiota para no perderme el atardecer. Estaba fregando los platos y de repente, al mirar por la ventana, he sentido la necesidad suprema de bajar a la playa a cargar las retinas de luz. Cuando he llegado el sol ya no estaba, pero el cielo tenía color de té rojo y el mar seguía tan despeinado como yo. Me he acordado de la conversación de la otra noche, cuando me decías –con la enésima copa de vino– que somos viscerales y que nos queremos a gritos. Y los gritos y el querer me han traído a la memoria todas las cosas rojas de estos últimos tiempos –las venas deshilachadas, los labios hipnóticos, la hoguera, el miedo, la rabia, el vino, los frenos, la risa–. Me huelen las manos a Mistol, me he dejado la chaqueta en casa y no sé plegar los paraguas. Som viscerals però ens estimem, me decías entre turrones, y también hablábamos de la inexistencia de las razas y de la obertura de las Valquirias y del instinto de supervivencia de la langosta que nos comeremos mañana con el arroz. Arreglábamos el mundo y aprendíamos a querernos con nuestras torpezas de Bridget Jones y nuestras espinas de erizo –con todo y a pesar de todo–. Me he quedado mucho rato pensando y se ha hecho oscuro sin darme cuenta, estaba tan concentrada en la luz que ni siquiera me he dado cuenta del frío. Oigo el castañetear de los dientes y me quedo mirando la lumbre del cigarro a punto de consumirse. Este 2013 ha sido un año muy rojo. 

viernes, 20 de diciembre de 2013

i quedar lliure de tot

«(...) I penso entrar en la nit i quedar lliure 
de la nit. I penso entrar en la por i quedar lliure 
de la por. Entrar en tu i quedar lliure de tu. Faig 
veure que entenc el que no entenc i que desitjo 
el que en realitat no desitjo. Massa nit, 
massa por, massa tu. I quedar lliure de tot.»

Gemma Gorga, "Entrar en la nit" (El desordre de les mans)

Ha empezado a llover a media mañana. Ahora se acaban de encender las farolas y se me está mojando la libreta con las gotas que traspasan el toldo de la terraza. Me he quedado en stand-by intentando distinguir el ruido de las que caen sobre el asfalto y las que se deslizan sobre este paraguas gigante, se mezcla la lluvia con la canción que suena de fondo y se hace tan ingrávido todo que por un momento no tengo claro si existo. He enganchado en la solapa de la chaqueta el pin que me han regalado los niños: estimar no fa mal, como tampoco tendría que doler pensar o elegir o soñar, pero qué difícil es explicar que a veces la vida se empeña en correr por las venas con densidad de mercurio. Hay días en que uno se siente más imbécil de lo normal; y aun así hay que salir a la calle e ir a trabajar, y coger el tren y tomar el café en el bar y contestar a los qué tal de turno con un bien rancio y cortés que no dé lugar a sospechas. Vestirse de normalidad y hacer ver que la lluvia no traspasa la piel, abrocharse el abrigo hasta arriba, enredarse la bufanda en el cuello y guardar la inseguridad en el bolso, entre las mil y una cosas inútiles que se llevan siempre encima me olvidaré la cartera pero tendré un cascabel, me dejaré las llaves en todas partes pero no me faltará jamás el tapón suelto de un boli, la chapa de la cerveza que nos tomamos en Formentera. Se me encoge la letra mientras voy escribiendo y no para de llover. Si no se hubiese estropeado la letra "p" del teclado del móvil, te habría mandado un Plou lleno de ilusión. Meto la mano en el bolso y encuentro mi piedra, la agarro, fuerte, y le doy el último trago al café intentando convencerme de que no soy tan imbécil. Para disimular la torpeza he pensado que será mejor no abrir el paraguas y entrar en la lluvia. Entrar en el vértigo. Entrar en la vida. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

estrategias de fuga

Cuando he abierto la ventana y he visto que habían cortado las ramas del granado he sentido como si me hubiesen podado también las venas. Me he puesto delante del espejo y no he sabido con qué ojos mirarme. Ojalá estuviese aquí aquella profesora de arquitectura que me quitaba el bloc de las manos para corregir las líneas torcidas. Ojalá apareciese por detrás con sus ganas de enseñar y dibujase un punto que rompiese el blanco del papel, una diminuta mancha de carboncillo que sirviese de amarre para empezar a trazar estrategias de fuga. Cualquier impulso que deshaga la apatía y acabe con el desdén. Es martes y podría ser miércoles si arrancase esta página de la agenda. También podrían ser las siete si borrase algunos números del reloj, y hasta podrías estar aquí si me arriesgase a decirte ven, si llenase las dos columnas de esta lista para saber qué quiero. Me miro sin verme y pienso que tendré que elegir una chaqueta nueva, un peinado nuevo, unos ojos, una casa, un destino, un sueño. Tendré que elegir si echar a correr o plantar raíces en este suelo, si sentarme en las terrazas a pesar del invierno o mejor buscar estufas que apaguen el miedo. Pero necesito impulso para empezar a moverme, un pequeño empujón, algo que me ayude a decidir entre quemar las ganas o descifrar el deseo. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

soñar, sonar, sanar

«Apreté la tecla donde estaba escrita la palabra “amargo” –yo siempre tomo el café con azúcar, pero a ratos una palabra nos salva con su rotundidad, en su R rugiente delegamos la rabia, a través de su O conjuramos las bocas de aquellos pozos en donde pudimos haber caído.»

Belén Gopegui, La escala de los mapas

Durante mucho tiempo coincidí con una mujer en el autobús que se pensaba que yo tenía una extraña intuición porque sabía el momento exacto en que el L94 iba a girar la esquina. El día que le confesé que en realidad no era intuición, sino que veía venir el bus en el reflejo del escaparate de la tienda de enfrente, me dijo que se le había roto un poco la magia y que, desde entonces, ya no me vería como alguien especial sino simplemente como una persona observadora. Un mago no puede desvelar sus trucos, susurró para despedirse. Y en efecto, tenía razón: revelar los secretos es aniquilar el misterio, deshilachar los alambres invisibles de la fascinación. Sueña –quería escribir “suena” pero me ha salido sin querer “sueña” y he pensado que no está tan mal soñar está canción que se cuela hacia adentro por todas las rendijas del cuerpo excepto por los oídos– la misma música de siempre y sigo siendo torpe para bailar, aunque la desidia de estos días sea resbaladiza y mis pies no sepan qué baldosas pisar para ir avanzando. He puesto la brújula sobre la mano abierta y no me ha señalado ningún refugio. Han vuelto las horas de mar y los cigarros de más, una calada detrás de otra mientras la vida trata de hacerme entender que va llegando la hora de que me exponga a la intemperie. Que salga a vivir al raso y deje de hacer el imbécil buscando guaridas en las tildes de las eñes de este verbo tan parecido a sonar. Mirar, morar. Como ve, una simple vocal puede trastocar la vida de un hombre. Doy vueltas al contorno de la O como un funambulista. Qué fácil es aguantar el equilibrio con Coldplay de fondo encendiendo cometas –que no hay que llegar a tocar, para que se mantenga intacto el misterio

martes, 10 de diciembre de 2013

canino

«Decir esto –pero, sobre todo, escribirlo– me proporciona algún grado de angustia, porque es aceptar que yo no pertenezco a nadie, a nada y que nada me pertenece, excepto el reloj y la butaca. (...) Esto debe de ser la soledad, de la que tanto hemos hablado y leído sin llegar a intuir siquiera cuáles eran sus dimensiones morales. Bueno, pues la soledad era esto: encontrarte de súbito en el mundo como si acabaras de llegar de otro planeta del que no sabes por qué has sido expulsada.»

Juan José Millás, La soledad era esto


La única solución para no ver algo cuando no se puede desviar la mirada de ese punto fijo es cerrar los ojos. Apretar fuerte los párpados y aguardar en la oscuridad. De niña siempre me pregunté cuál era el color de la ceguera, porque estaba segura de que tenía que tener algún color. Me imaginaba el vacío –la nada– como una sábana inmensa pero me faltaba saber de qué color pintarla. Me dijeron que era negro. Negro el universo, negro el vacío, negra la nada. Y yo pensé que si algún día me quedaba sin vista teñiría mi ceguedad de azul marino. Pero ahora cierro los ojos para no ver lo inmirable y la oscuridad es tan intensa que circula por las venas absorbiendo cualquier destello de luz. Y me muerdo el puño para no hablar, para no gritar a los cuatro vientos las palabras prohibidas que nos ahogan a todos: tabúes y mentiras que quieren salir del cuerpo pero no los dejo, tanto miedo y tanta asfixia pasando de los colmillos otra vez a la piel, a los huesos de los dedos que se quedan marcados con la huella de los dientes. Pronto desaparecerá la marca pero volverá a estar dentro lo indecible y lo inmirable y lo imborrable: anorexia-amputación-psiquiatra-sangre-pena-histeria-silencio. Silencio negro y los labios y los ojos y los puños como ostras para que no se escape nada. Que no salga nada de mí para que no se rompan las paredes de cristal de bohemia. Debe de ser esto la soledad: aceptar que no pertenezco a nada y que nada me pertenece, excepto la oscuridad de mis ojos cerrados y las estalactitas de mi invierno interior. 

martes, 3 de diciembre de 2013

collage


Hacía mucho frío cuando ha sonado el despertador y me he quedado un rato más de la cuenta debajo del edredón. Cuando he bajado a la cocina, la abuela ya me estaba esperando sentada en la mesa para desayunar. He preparado una cafetera y hemos comido pan con aceite escuchando la radio (Gallardón hablando sobre el aborto de buena mañana da para muchas horas de mal humor). Últimamente pienso demasiado a menudo en el día que deje de existir todo esto y se me entorpece la respiración. He dejado caer tres gotitas de Rescue bajo la lengua antes de salir a la calle. Se me clava el frío en las mejillas y no quiero decidir hacia dónde ir. Solo me apetece tomarme el segundo café del día mirando el mar, y el tercero con alguien que sepa entender, con solo mirarme, todo lo que no tengo ganas de explicar. Pero me conformaré leyendo el periódico y escuchando canciones que inyecten vida en las venas. Recorto con impulsos nerviosos las sonrisas de estos últimos días y las guardo en cualquier lugar, en el cajón de las bragas, entre las páginas de los libros, dentro de los zapatos. Alegría caótica desparramada por todas partes. Quizás sirvan para algún collage, aunque ya va siendo hora de que entienda que, por mucho empeño que ponga, las ilusiones ajenas no las puedo reanimar. 

viernes, 25 de octubre de 2013

zapatos

Manifestación de la comunidad educativa por las calles del centro de Barcelona.

Las lentejas están en el fuego. En la tele una remilgada proclama que la huelga ha sido un fracaso, luego hablarán de fútbol y dejará de existir nada más. Siento bajar hasta el estómago el último sorbo de vino mientras me miro los zapatos, esta noche he soñado que perdía uno en medio de la calle y la gente que me acompañaba no me dejaba volver a buscarlo. Creo que llevaba un calcetín a topos y otro a rayas, me sentía idiota y el asfalto estaba muy duro. Siempre me ha gustado oír el chupchúp de la comida en el fuego. Una hoja de laurel, una pizca de clavo y un chorrito de cognac, a veces también un trozo de chocolate o una galleta para espesar; mamá siempre nos ha enseñado a cocinar con lo que se encuentra por los armarios. Hoy he cambiado el cognac por vermut y huele toda la casa a lentejas. No sé qué significará perder los zapatos según el psicoanálisis, quizás sea un aviso del subconsciente para que toque de pies en la tierra, pero qué pocas ganas de pisar este mundo que vende libros a precio de caviar. Un fracaso, dicen, y se queda la palabra flotando en el aire, fracaso, fracaso, fracaso pronunciado con una solemnidad que a través del plasma suena a patraña, a mentira de señorito de mierda encerrado en su palacio de cristal. A fuerza de tanto insistir en que el negro es blanco, igual dentro de poco el planeta volverá a ser plano y seremos el centro del universo. 

domingo, 13 de octubre de 2013

sandías



Las estelas de los aviones se confunden con las nubes. Hoy no lloverá, dice la abuela con los ojos en el cielo. No lloverá y comeremos en el jardín, seguramente será el último domingo que comamos fuera. Desde que terminó el verano he tenido que pasar muchos ratos mirando el mar y las sandías de Frida Kahlo para entender que es inútil la rabia, que está de más arañar la vida y escupirle reproches al mundo porque nunca nadie me advirtió de lo difícil que sería asimilar la decadencia, aprender a convivir con las paredes torcidas, con los espejos agrietados y los cipreses secos sin que las astillas de la pena hiciesen estragos en las entrañas. Hay nubes blancas y nubes grises y algunos trozos de algodón deshilachado de color malva, pero no lloverá, al menos hasta la noche. El humo de los cigarros también se confunde con el de la hoguera, si sigue subiendo acabará por confundirse con las estelas y los cúmulos o estratos o nimbos o cualquiera de estos pedazos de felpa que cuelgan del cielo. Tampoco sirve de nada el rencor ni las nostalgias preventivas que convierten en recuerdo lo que no ha terminado de suceder aún. 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Segur que no

L'altre dia van preguntar-me si només sabia escriure coses tristes i em va sortir de les entranyes un no desesperat. No, no. No?

Y de inmediato, tras pronunciarlo No–, la duda y el vértigo me llenaron la boca de alquitrán. No, no. Que no se haga rutina el dolor, que no arrele como un quiste la pena. Yo también sabía escribir de ilusiones y de sueños y de sonrisas rojas como cerezas. Y empecé a rebuscar textos del tiempo de los deseos, de cuando me comía los vacíos con vocación de kamikaze sin necesidad de cartografías. Busqué por todos los cajones palabras-girasol para asegurarme de que sabía, de que yo también sabía escribir ilusiones y alegrías y labios con luz de faro. Pero las palabras llenas de polvo no sirven para desenquistar inviernos de acero. El único modo de gritar ese No tan sentido, de hacerlo real con su N y su O, es volver a conjugar el presente de los cometas, aquel jo somio un estel i somric mentre somio.

Així que torno a encendre la foguera de Sant Joan per cremar tots els malsons. I serro els barrots de les presons del desfici i somio. Un estel, un café, un far, un desig. Somio els seus ulls en un pis nou ple de llum. I m'omplo els pulmons respirant els somriures de l'àvia, les mans de l'amor, la brisa del mar i l'olor de tardor que desprèn el carrer quan es desfà la tempesta.  

jueves, 12 de septiembre de 2013

y más lluvia

Se escurren los días de agosto por la boca de la alcantarilla, se deslizan entre las rendijas como colillas mojadas para perderse en los subterráneos de la ciudad. Miro hacia el cielo y las gotas de lluvia parecen alfileres, pedacitos de alambre cortando el aire. Pero solo es agua que resbala por las mejillas y destiñe el poco moreno que se pegó al cuerpo los primeros días de calor, cuando aún era tiempo de soñar que podían cumplirse las mejores promesas. Vuelve a llover y se aleja por los desagües este extraño verano sin mar, las hojas secas del calendario y las cervezas que se quedaron esperando en la barra del bar, mientras se nos llagaba la piel con el peso muerto de las horas perdidas. Todo se escapa río abajo menos el recuerdo, el desapacible recuerdo de aquello que no quiero recordar. Resiste a la corriente y se queda agarrado a las rejas de las cloacas por más que salte sobre sus manos y le pisotee con rabia los dedos. Las ratas de la conciencia roen el dolor con lentitud exasperante. Oigo cómo chirrían sus dientes despedazando la pena y me doy cuenta de que no valdrán treguas hasta que no terminen con su manjar, como tampoco valdrá de nada aplastar los nudillos de la memoria ni conjurar olvidos superficiales. Solo esperar. Contar hasta diez mirando el cielo, dos, tres, cinco y medio, seis. Contar y rezar como un mantra el rosario de los mejores momentos, repasar con los dedos las cenas de sushi y vino, la noche que acabamos en el mar, las postales en el buzón y alguna que otra tarde en la heladería con el monótono ruido de las batidoras de fondo (a pesar de que les tenga un odio tenaz, empiezo a sospechar que tienen la extraña virtud de hacer añicos las tristezas, de triturarlas en mil pedazos para que sea más fácil respirar). Recorrer cada sonrisa para que se grabe en la memoria, risas y miradas que diluyan el poso de lo que no merece la pena recordar. Y entretanto, seguir invocando tormentas que drenen las heridas, agua que limpie la sangre seca y prepare la tierra para sembrar nuevas primaveras.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Copenhague

Y por qué no, quizás un día me sacuda las manos de polvo para que vuelvan a salir los nocturnos de las yemas de los dedos. Siempre que llueve me acuerdo del piano. También de aquella canción de Vetusta que suena de fondo cada vez que crecen los inviernos en los pulmones. Hoy he salido del coche como si la tormenta no fuese a mojarme, quería acercarme al mar y pisar la arena, pero de repente ha apretado tanto la lluvia que he tenido que volver atrás. Al cerrar la puerta y oír el agua retumbar contra el parabrisas me he dado cuenta de que hubiese preferido quedarme afuera, seguir caminando hasta la orilla y dejar que las olas me mordiesen los tobillos. Me he encendido un cigarro y me he fumado la ilusión de estar allí, al otro lado de los cristales, sintiendo la vida palpitando en la boca, pero lo que he sentido mientras echaba el humo por la nariz era la ropa empapada pegándose al cuerpo. Y entonces me ha venido a la cabeza Macondo y todos aquellos billetes de avión a Copenhague que nunca compré, y venía con la lluvia la canción, ella duerme tras en vendaval, no se quitó la ropa, sueña con despertar en otro tiempo y en otra ciudad. He abierto la ventanilla para dejar salir el humo y escupir la rabia de haber vuelto a meterme en el coche, la resignación de haber perdido la destreza para interpretar a Chopin y de no estar en la arena y de no haber pisado jamás Dinamarca. ¿Dónde estará la frontera entre siempre y jamás? He arrancado el motor sin pensarlo. Quizás otro día sepa quedarme sola bajo la tormenta. Quizás no, seguro.

miércoles, 28 de agosto de 2013

tormentas y tambores

Rey de corona rota préstame un hilo de luz.

Sueño con música de tambores que se acercan desde lejos, ritmos ancestrales que vibran desde las entrañas de la tierra y hacen temblar las raíces de los pies. Siento su eco como un leve latir, puede que sean los truenos de la tormenta y no tambores del más allá. No importa. Llueve y cierro los ojos para que no pare, como ayer cerré las manos intentando apresar dentro del cuerpo esa extraña sensación de ingravidez. Tambores y tormentas que suben por las piernas y se enredan con las venas. Me quedaría quieta sintiendo crecer las telarañas entre los huesos, hilos invisibles que no son trampa sino refugio, salvavidas de papel para no ahogarse en este maldito bucle de agua estancada. Bajaré a la playa para hundir la piel en la arena mojada. Si es imposible que me crezcan alas en los tobillos, al menos que me acunen los eternos hechizos del mar. Y que el eco de la lluvia haga nidos en los pulmones, guaridas de tormentas y tambores donde esconderse de la vida cuando es imposible respirar.

jueves, 15 de agosto de 2013

arañas

Se hace raro ver la casa tan sola estos días. Entre tanto silencio el crujir de los muebles retumba más que nunca, pero no quiero tener miedo de los ruidos vanos. No quiero tener miedo, me lo susurro mientras miro crecer las telarañas en el jardín -hay una enorme, cada mañana se hace más ancha y ya une la hiedra con las ramas del limonero y los delgados tallos del jazmín-. Pienso que son como las grietas que se abren lentamente en las paredes del salón, venas invisibles que también resquebrajan las baldosas del suelo y los azulejos del baño, abrazándose a nuestro refugio como la huella inevitable del tiempo. Mamá pone alfombras y pinta enredaderas de campanillas lilas para tapar y disimular sus zanjas. Estos días me he dado cuenta de que a pesar de todo, de todo, ella no ha perdido nunca la ilusión. Yo tampoco quiero perderla. Ni tener miedo, ni acostumbrarme a esta rara mezcla de pena y tristeza -cada vez me cuesta más distinguirlas- que entorpece la respiración. Por eso me paro a mirar las arañas y cazo nubes blancas con los ojos; por suerte, desde la ventana del décimo piso del hospital se ve más cielo que asfalto. Desde aquí, me acuerdo de Machado y sus estelas en el mar, de la mujer precipicio, de que creixen, malgrat tot, les tulipes. Y mientras ensayo caras para encajar las malas noticias -para las buenas no hace falta ensayar-, pienso que un día, seguro que un día, irán tan bien las cosas y pesará tan poco la vida que casi ni nos lo creeremos.

jueves, 27 de junio de 2013

barrets grocs


S'escola la cervesa coll avall. El gust de llimona el retinc a la boca, engrunes de gel granissat que s'enganxen a les genives i calmen els petits dolors quotidians. Les campanes de l'església toquen quarts d'una. Busco mons imaginaris a recer de les tristeses, un altre glop i tot serà groc com el sol que em fa els ulls verds, groc mentre m'ho cregui, mentre em concentri en les diminutes agulles de gel als llavis, anestèsies per somiar que s'eternitzen els mig-somriures de primavera. No trigarà en arribar la tempesta, pluja que caurà del cel com suc de llimona per cicatritzar ferides. Mullarà la pell i courà i causarà aquell mal estrany que a dies se'm fa fins i tot agradable -pessics diminuts, tibades de cabell, mossegades sense ràbia-, se'n podrà dir mal de la neu desfent-se lentament entre la carn i les dents? Comença a tronar i creuo els dits desitjant que els núvols s'espremin i deixin anar aigua de cítric, pluja groga que s'escoli coll avall per eternitzar els somriures d'estiu somiat, suc de llimona que ompli tots els barrets de llum i regui els esvorancs del camí per fer-hi créixer infinita mare-selva.   

lunes, 15 de abril de 2013

el primer cafè del dia



Pongo el despertador a las seis y media, como cada domingo. Cuando suene, me despertaré sin ganas y bajaré las escaleras sin encender la luz, prepararé un café en la taza amarilla de las margaritas –li la vaig regalar jo, fa tants anys que ja no deu recordar-se'n; quan va fer el trasllat la va deixar aquí, oblidada, com la roba, com la vida, com tot– y volveré arriba, con los ojos casi cerrados, siguiendo la inercia de la rutina. Me vestiré corriendo, los calcetines, la camiseta, el reloj. Faré ulleres i sortiré de casa despentinada, però obriré els ulls, ara sí, i m'omplirà de llum el roig ataronjat del cel esquinçant els núvols. Estaré a punto de perder el bus –siempre pierdo algún segundo de más en detalles tan vacuos como elegir qué zapatos ponerme–, llegaré por los pelos y el conductor, el mismo de cada lunes, sonreirá y dirá buenos días flojito. Buscaré el mejor sitio para sentarme y después de darle al play me detendré a sentir el regusto del café en los labios. Miraré por la ventana, respiraré hondo y todo parecerá ralentizar su ritmo. Farà olor de primavera i, per un instant, al girar la cantonada i veure el mar allà al fons, desapareixeran les angoixes –els seus oblits, les seves ràbies, les meves pors–. Per un instant, només valdrà el record de la cuca de llum que brillava ahir al vespre entre les heures, la grana del sol –o una cançó com aquesta– fent créixer il·lusions als racons més inhòspits de l'ànima.  

martes, 2 de abril de 2013

tic-tac, bum-bum

Cuando no puedo dormir, invento frases para empezar relatos que nunca llego a escribir. Me da pereza encender la luz y buscar el cuaderno para anotarlas, siempre me convenzo de que las recordaré por la mañana, a pesar de que la experiencia augure lo contrario. Oigo los segundos caer uno detrás de otro. Tic-tac, tic-tac. Con los ojos cerrados, los imagino haciendo cola al borde de un precipicio, esperando su turno para abalanzarse hacia el agujero negro del ayer. Me concentro para no oírlos, pero cuanto más me esfuerzo, más aumenta su retumbo, tic-tac, tic-tac, disonando en el silencio denso de la habitación. Escamoteo la oscuridad, rasgada por los tenues puntos de luz que se cuelan entre las rendijas de la persiana. De pronto empiezo a sentir como si los segundos me palpitasen dentro del cuerpo. Tic-tac, tic-tac. Me asusto, por un instante, hasta que identifico esta extraña sensación con la de otras noches de insomnio. Noto los latidos del reloj bajo la piel, unas veces detrás de la oreja, otras en la sien; ahora me está pasando en el cuello, pero no, no es el tiempo: es la sangre, el corazón. Es como uno de esos espasmos que se apoderan del párpado y hacen que se abra y se cierre incontrolablemente, ¿no te ha pasado nunca? El ritmo implacable de los engranajes del viejo Festina parece diluirse con las sístoles y las diástoles, ya no es tic-tac, sino bum-bum. Bum-bum. Me lo saco siempre antes de acostarme y lo dejo en la mesilla de noche, al lado de la botella de agua, el móvil, los kleenex y algún libro. Desde que leí aquel relato de Cortázar –cuando te regalan un reloj te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca– me da cierta ansiedad meterme en la cama con él. Pequeñas manías, como la de hacer eses con la mirada entre las líneas del asfalto o cerrar fuerte los ojos antes de abrir el buzón. 

jueves, 28 de marzo de 2013

rojo carmesí



En el ático frente al mar los atardeceres traspasan las ventanas y se cuelan cuerpo adentro. Por los ojos, por la boca, por todas las heridas que no se acaban de cerrar. Rojo carmesí, como los brotes del granado del jardín, como la sangre que corre lenta por sus venas estrechas de cartón piedra. El cardiólogo dice que habría que volver a abrir para remendar los hilos y yo no paro de ver aquella imagen de Frida Kahlo con las tijeras en la mano y el pecho abierto. Tengo que repetirme en voz baja que se necesita muy poco aire para respirar –mi ensalmo particular–, poco, muy poco. Si las palabras no se me escapasen al viento, podría escribir un cuento del hombre-retazo. También escribiría otro de la niña lunática, o de la mujer-erizo, pero sopla muy fuerte el aire estos días y se me vuelan las letras como hojas secas. El otro médico, el de las conciencias, me mira a los ojos y me hace hablar. Sujeta con sutileza un bolígrafo plateado y dibuja sobre el papel algún que otro borrón. Esto es tu sumatorio, dice al cabo, señalando un puñado de líneas precedidas por este símbolo. Intento concentrarme en sus palabras, pero la voz se desintegra antes de llegar a mis oídos, se desvanece tras el rojo atardecer que me ciega. Frida y sus tijeras. Poco aire para respirar. El sol, el mar. Poco aire. Buscar una vía de escape para descentralizar la suma de presiones. Rojo sangre y un deseo: que se queden las palabras y se me lleve el viento. 

domingo, 3 de marzo de 2013

frágil

Cuando se tumbó a mi lado para dormir la siesta -el cielo azul entrando por los ojos hasta la médula-, la sentí tan cerca que pensé que me estaba enamorando. Me entró un miedo desproporcionado y quise huir, pero fui incapaz de moverme. Tiempo más tarde descubrí que lo que me atraía no era su cuerpo sino su dolor, todo el dolor que llevaba dentro y que me impulsaba a abrazarla, a envolverla con papel de burbujitas para que ningún golpe la acabase de resquebrajar. 

lunes, 18 de febrero de 2013

ojos, vino, cena, piedra, vaca


Llevo puesto un delantal con la cara de una vaca muy graciosa. Me he sentado en la esquina de la cocina y me he puesto a leer. Al segundo vaso de vino se me han empezado a cerrar los ojos y ahora me cuesta mucho mantenerlos abiertos. A veces me fascina tanto lo que leo que siento como si las letras estuviesen escritas en mi piel y tomasen vida. Mi abuela duerme en el sofá de flores, aunque si le pregunto, dirá que no, que no duerme, és que se'm fan els ulls petits, nena, però estic ben desperta, y me dirá que en la tele hay un rey rubio con tirabuzones a pesar de que salga el chico moreno del telediario. El viernes cumplió noventa y su deseo fue llegar a los cien. Yo olvidé pedir el mío al soplar las velas, y me arrepentí tanto que luego, cuando me quedé sola, encendí el mechero para volver a apagar la llama como dios manda. Leo en el libro tal vez yo sola estaba despierta bajo las estrellas que vigilaban el sueño de la ciudad, las miraba mucho rato como para cargar el depósito de mis párpados, cabecitas frías de alfiler, sonreía con los ojos cerrados, me gustaba sentir el fresco de la noche colándose por mi camisón: "Algún día tendré penas que llorar, historias que recordar, bulevares anchos que recorrer, podré salir y perderme en la noche", la lava de mis insomnios estaba plagada de futuro y pienso que los míos también, que mis insomnios también estaban plagados de futuro, salvo cuando aparecían los cuchillos y un extraño intentaba extraerme del cráneo la piedra de la locura. Le doy otro sorbo al vino, creo que ya es el tercer vaso, y me doy cuenta de que crecí un poquito al apagar esa llama con tantas ganas, persiguiendo un deseo que me inspira la certeza de que cumplirlo será hacer más fácil la vida, a pesar de las montañas que tenga que subir. Se me han hecho los ojos muy pequeños y yo de momento no quiero llegar a los cien, aunque me hace pensar la frase en la que se detienen mis pupilas: no hay que tenerle tanto miedo a la huella del tiempo. Huele a quemado y tengo la cena en el fuego. Es lunes, debería cerrar el libro y dejar el vino.     

viernes, 8 de febrero de 2013

gent normal


Obrir la porta de casa i pujar les escales del jardí. Corre, corre, que no s’escapi. Travessar l’herba i sortir al carrer. I want to live like common people. I seguir corrent vorera avall, els talons tocant el cul de tanta baixada. Com aquella escena de Billy Elliot –te’n recordes?– que ens feia plorar de tant com el nen corria i ballava de ràbia. El mar al fons, I want to do whatever common people do. Corre i que soni la música ben fort, carrer avall perquè no s’escapi el crit que palpita a la gola. I want to live like common people. Creuar la plaça de l’església, l’avinguda del canal, el pont de l’estació. El pensament estàtic, el crit a punt d’esclatar, la platja cada cop més a prop. Ell ballava per desfogar-se, picava de peus a terra al ritme de la música –like common people, like common people, like you– que sonava dins el seu cap. Ballava i corria fins que li mancaven les forces. I want to sleep with common people i ja sento la sorra escolant-se a les sabates, el cor a mil per hora i les cames que no poden parar. L’aigua està gelada i els texans nets, però ja m’arriben les onades als genolls i, saps què?, que tant me fa. Només vull deixar anar el crit, desfer-me de tota la ràbia que em retruny per dins i em corca els somnis. I want to live, to sing, to laught along with the common people! I veure el que és anar passant els anys, esperant la solució que s’emporti tanta por, i riure, i beure, i anar tirant...  


martes, 29 de enero de 2013

grietas

El día que la crisis cruzó el umbral de casa papá y mamá se echaron la vida en cara -no cosas, sino todo-, toda una vida que se desmoronaba al compás de los reproches, al ritmo de las grietas que se abrían por todas las paredes, brazos esqueléticos que hacían saltar la pintura blanca para destapar la realidad, para hacernos entender que el suelo que pisamos no es más que el puñado de runas de un pasado falaz, de algo que ya sólo existe -y tan solo a ratos- en la película de la memoria.