lunes, 28 de mayo de 2012

Las luciérnagas brillan en el jardín



Puntitos verdes entre la hierba que le dan un toque tecnicolor a la noche. Huele a jazmín y a madreselva, papá siempre cogía una de esas florecillas blancas y se la ponía en la oreja. Qué lejos quedan aquellos días. 

Los murciélagos vuelan con la misma torpeza de los pensamientos que trato de enterrar. Será eso, será que ha estallado la bomba final y que se han derrumbado todos los muros de casa. La rabia fue tanta pero tan breve que ni siquiera tuve tiempo de enfadarme y gritar. Como el éxodo de golondrinas negras de aquella canción de Sabina, vi aparecer el brazo oscuro de la Pena en el cielo. Me entró por los ojos y antes de parpadear ya la sentí clavada en el pecho, frío infernal. 

Me he quedado absorta entre tantas runas, piedras y piedras que exigen silencio. Las cenizas de la locura todavía desprenden hilos de humo y olor a miedo. Desde la tarde en que todo voló por los aires, vago por las calles con una separación de dedo entre el suelo y los pies. Para qué tocar la piel de este jodido mundo que en el momento menos pensado te escupe dos hostias con la sombra de mil perdones. 

Dónde habrá quedado la inocencia de aquellos días de luciérnagas y jazmín... Tiemblo sin darme cuenta, intentando evitar que el dolor cale demasiado adentro.  

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