lunes, 3 de noviembre de 2014

me permitiré la vida

M'acaronaré la pell quan ningú no ho faci 
i ballaré despullada, si vull, sota la pluja. 
I em permetré el somni, l'enyor, el desig.

I Déu en algun lloc, Sònia Moll 

Ha estallado la tormenta mientras explicaba los pronombres en el aula 111. La lluvia en los cristales, los truenos en la pared –gruñidos de monstruo poco mordedor, casi entrañable: los monstruos de verdad se acercan en silencio, no necesitan hacer ruido para aterrar. He intentado seguir el hilo de lo que decía pero se me iban los ojos tras el ventanal. Cómo explicar que los pronombres relativos desempeñan tres funciones dentro de la oración si está lloviendo a cántaros y tengo las manos llenas de tiza, si apenas sé cómo he llegado hasta aquí y he perdido la cuenta del sueño que acumulan mis ojeras, de las palabras que no escribo, de las penas que no lloro. Qué tendrá que ver una cosa con la otra; como iba diciendo, los relativos hacen de nexo, tienen valor anafórico y además..., además vuelve a retumbar el cielo y mi pensamiento se escapa por la ventana, salta de charco en charco: de verde a rana, a nenúfar, al lago del bosque y de ahí a la casa de los espejos, que me recuerda al mar, a Sila, al té de algas y a los paseos por la playa con el horizonte lleno de niebla. Además, decía, cumplen un papel sintáctico dentro de la subordinada que encabezan. No hay nexo lógico para las ideas, ahora estoy tumbada en el suelo de piedra, boca arriba, el frío en la espalda y la lluvia cayendo sobre mí, un alud de agua que me atrapa a velocidad de vértigo, ballaré despullada, si vull, sota la pluja. I em permetré el somni, i em permetré l'enyor, i el desig, i fins i tot la vida. Me acariciaré la piel con pronombres que sustituyan otra piel, un que, un cual, un donde. Me acariciaré con música mientras no haya nadie –mientras no haya nombre–. Sé que es mejor, por ahora, que no haya nombre sino pronombre. Una música que haga de bálsamo, que mitigue los ahogos. Me acariciaré la piel y me permitiré la vida. Porque estoy tumbada bajo la tormenta pero también estoy aquí, ahora, escribiendo en la pizarra del aula 111. Porque a pesar de todo, la vida, a veces, te guiña el ojo y te concede el placer de que te acaricie la lluvia mientras te manchas las manos y la ropa y hasta la cara con polvo de tiza. Algo así debe de ser el devenir (o Déu, potser, en algun lloc). 

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