viernes, 28 de octubre de 2011

espejos rotos

Qué alivio la lluvia. Los truenos, el viento, las nubes, el frío. Qué alivio sentir que el cielo respira y que él también llora. No dejo de preguntarme cómo deben de sentirse las tormentas debajo del mar (agua con sed de más agua, peces saciados de tanta sal). Firmaría una tregua con los relojes para que detuviesen su murmullo durante unos días. A cambio, prometería sobrellevar las ansias de hacer maletas y largarme de este lugar. ¿Serán los pasos del miedo este continuo retumbo que me persigue al caminar? Mis ideas reclaman la paz a gritos. Están hartas de influjos ajenos y tristezas impuestas. Quieren salir corriendo y desaparecer, subir a la nave espacial del sueño y dejarse contagiar de ilusiones sin complejos, de serpientes sin veneno y miradas de cristal. Levantarse de la mesa y decir que no, que no van a desempeñar más papeles hueros en el escenario descolorido de esta fantochada. Que llueva y truene y hiele, que sople el viento y se lleve los espejos rotos. Yo me quedaré quieta, mirando al cielo, lluvia en los ojos y hasta en los huesos. Seré un pececito debajo del agua, como esos naranjas del patio de la facultad que esta tarde se comían la tormenta a besos.

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