domingo, 16 de octubre de 2011

pídele a la luna que relama las heridas

Oigo tus gritos desde mi cama. Te oigo aullar, a lo lejos, tu voz rota clamando anestesia. Me ametrallas a porqués con la desesperada incomprensión de un extraterrestre. Los sentidos me estrangulan la razón. Te juro que por momentos me arrancaría las venas y amordazaría el deseo, asediaría las fosas del instinto para evitar un simple rasguño en tu piel. Hacerte daño es una pesadilla enfermiza, sin embargo he sabido hacerlo casi con el arte del mejor sicario de la ciudad. ¿Y ahora qué? Naftalina intravenosa, por favor. Oler tu sangre me recuerda que soy tan débil ante la locura...

Ni raparme la cabeza ha conseguido ahuyentar los sueños esta vez. Los conatos de rebeldía han minado todas mis expectativas de madurez, como cuando a los quince me partía los labios en cada esquina por correr a ciegas contra los muros. La repetitiva historia de Babel. Me rompo a pedazos por dentro. Me desmonto pero soy incapaz de volver a por ti. Me largo con la frustración del romántico que lo tiene todo y no quiere nada. No puedo evitar salir corriendo, saltar al vacío, echar a volar. La sugestión no entiende de justicia, tan solo fluye al compás de los cantos de sirena. Lo siento, reina inca, he caído en la trampa, me he dejado atrapar.

1 comentario:

  1. Las inquilinas siempre acaban descubriendo su origen mítico: otro rinconcito más cerca de Babel. Me permito una mera intromisión a esta ventana del sentimiento...

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