martes, 28 de enero de 2014

qué mejor refugio que la cocina


Una hormiga recorre el borde de la pantalla, sube hasta la esquina izquierda, sigue en línea recta hacia la de la derecha y baja hasta el otro extremo. La miro mientras escribo. Cuando llega a la punta, da la vuelta y hace el recorrido al revés. Lleva rato encallada en el mismo camino. Igual que la canción que suena una vez detrás de otra al volumen suficiente para no oír el viento. Parecía imposible, pero hoy todavía sopla más fuerte que ayer. Me he encerrado en la cocina con la estufa, la olla del caldo y la música. Dejaré que hiervan un rato los huesos antes de añadir las verduras qué feas son y qué mal pelar tienen las chirivías. Se reflejan en la puerta del microondas las ramas de los árboles, aparecen por todas partes aunque no las quiera ver. Si me preguntas por el dolor de cabeza no se me ocurrirá confesarte que es del miedo que me da el viento. Antes te diré que es del vino que de haberme pasado la noche con los ojos abiertos y los dedos cruzados, deseando que amainase el vendaval; no vaya a ser que descubras otra más de mis debilidades. He perdido de vista la hormiga y el olor a butano se me ha pegado al jersey de lana. Acabo de encender un cigarro sin pensar en que la más mínima chispa bastaría para provocar una explosión. ¿Te imaginas? Como aquel día en que se incendió la bombona y nos dimos todos por muertos. Espumo el caldo con paciencia, no tengo ganas de pensar en nada menos banal. Creo que no saldré en todo el día de la cocina. Nada mejor que la estufa y el fuego para combatir enero. 

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