martes, 26 de agosto de 2014

Stendhal


Y ahora comprendo que era verdad: en aquella estación comenzaba un viaje. Y lo comprendo ahora que siento que termina; aquí, en este instante, sentada en este bordillo frente al mar, una inmensidad azul que no, no es la misma que la de los demás veranos.

Hay hilos que lo conectan todo. No es fácil saber cuándo empiezan y acaban las cosas. De hecho, es muy posible que todos los orígenes sean inciertos y que ni siquiera existan los finales, que como la energía o aquella canción de Drexler, todo se transforme. Pero ahora que me veo -que me siento- aquí, con los pies colgando en el acantilado, me doy cuenta de que éste es el destino de un viaje que arrancó en el andén de un invierno de hace ya diez años -y cómo asusta esto de poder contar los años a puñados y tener recuerdos conscientes de tanto tiempo atrás-. Por aquel entonces, me creía una niña triste y estaba perdida. Tenía quince o dieciséis y apenas sabía nada de mí, salvo que soñaba con mares lejanos que ahogaban casi tanto como salvaban. 

Fue una tarde en esa estación cuando cayó en mis manos La Reina de las Nieves. El resto de la historia ya la conoces. ¿Que por qué te escribo? Porque aquí y ahora, sentada frente a este horizonte que tiende al infinito, he vuelto a sentirme Sila. Y he vuelto a sentirme igual de perdida que entonces, igual de pequeña, igual de idealista y con las mismas tentaciones de vacío, precisamente porque he llegado hasta los pies del faro que me ha traído hasta el lugar del que no volver. Comprendo, después de todo, que no hace falta ir a Nueva York para haber estado en Nueva York, y me doy cuenta de que cuando llegas, cuando pisas la gran ciudad, o -en su lugar- esta aldea diminuta de las costas gallegas, termina el viaje. Termina, claro, para volver a empezar: mientras dure la vida, sigamos con el cuento

Desde aquí, desde este mar nuevo. Por eso te escribo. Por el olor a salitre pegado a la ropa y la extraña eternidad que entra por los ojos. Por el azul y la calma, ese azul y esa calma que salvan -y tientan- tanto como ahogan. Por haber llegado y ya no saber -no querer- volver. 

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