Vuelan los mosquitos alrededor de la lámpara. También alrededor de mis brazos, que ya se han cansado de hacer aspavientos para ahuyentarlos. Por efecto de la tila o quizás únicamente por resignación. Son las tantas y están todas las ventanas abiertas pero no corre un solo hilo de aire, sólo mosquitos buscando sangre -te aseguro que si pudiese meter en un cubo toda la que me enturbia el sueño, morirían ahitados-. Se ve la luna entre los pinos, está tan redonda y tan grande que por un momento me ha parecido un agujero de luz, el final del túnel, la salida del pozo. La he estado mirando mucho rato sin parpadear y hasta parecía que se acercaba, o me acercaba yo a ella, no sé, pero de repente estaba tan al alcance que he deseado saltar adentro para que desapareciese toda esta oscuridad mortecina que entumece el porvenir más inmediato.
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