lunes, 17 de agosto de 2015

en la eternidad, en cada instante

"escribir
por no llorar tan dentro
tan a escondidas
(...)
escribir
para hallar la paz
después de haber hablado
con los muertos
(...)
escribir
porque crujen las rodillas
y hay como un sueño
esperando ser soñado
justo detrás del dolor."

Chantal Maillard, Escribir

He despertado con la pena quitándome la respiración. Me he despertado pero seguía dentro del sueño, mirando todavía fíjamente esa ventana por la que aparecía la abuela diciendo adiós. Decía adiós con los ojos, detrás de los cristales, los de las gafas y los del ventanal, adiós y parecía estar cada vez más lejos. Y yo quería llamarla pero no podía, ni hablar ni respirar ni llorar. Llevaba su vestido de amarillos ocres y nos miraba a mi hermana y a mí con una tranquilidad absoluta, pero a ninguna nos salía la voz y ella se iba desvaneciendo poco a poco en el aire. Se me ha despertado el cuerpo de ahogo mientras la cabeza permanecía en esa otra realidad ignota que la abuela ha elegido para despedirse. Al poco he conseguido volver a dormirme mirando la imagen tras el cristal: era ella pero no la de ahora, sino la de hace un tiempo, la que todavía conservaba la agilidad para subir al taburete de madera desde el que ha hecho ver que se bajaba después de despedirse por esa ventana inalcanzable que hay en lo alto de la pared del hueco de las escaleras de casa. Habrá perdido la agilidad pero no ese tarannà tan especial que siempre ha conseguido sacarnos la risa. Y me reía, sí, pero cuánta tristeza y cuánta soledad latiendo por dentro. Y ese dolor tan profundo de ausencia.

Luego, en otra parte del sueño, llamabas tú para darme calma con tu voz verde de terciopelo, como si supieses de las pequeñas muertes que me matan sin decirte nada. Me dabas calma y me dabas aire y me decías que estás conmigo. Y yo te creía y me tranquilizaba porque todo parecía un poco más llevadero con el abrazo de tus palabras. Aunque después, por la mañana, ya con los ojos abiertos y los pies en el suelo, he sentido que el mundo pesaba toneladas frías de metal y he seguido sin saber qué hacer para sacar de mí tantas y tantas ganas de llorar enquistadas en las entrañas.

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